lunes, 29 de abril de 2013

Orgías en la sala Duque de Alba


Uno de los momentos más sublimes e incomparables que se puede tener es participar activamente en alguna de las orgías de la Sala Duque de Alba.

No está establecido una hora o una rutina. La orgía puede ser en cualquier momento. A veces son el Patio pero las mejores se dan en la segunda planta, en el Gallinero. Allí, los posabrazos de los asientos se pueden levantar, convirtiendose el asiento en una especie de "Gran Cama".

En ocasiones, nadie está haciendo nada en el cine. Los vejetes de ambulan por un lado y por otro en busca de alguna polla. Otros descansan después de una buena mamada. ¡Y de pronto, todos caminan apresuradamente con pasos cortos pero firmes hacia un rincón donde se celebra un torneo amoroso.

Hubo en una de mis tantas "inmersiones" a la Sala X Duque de Alba una orgía que la inicié yo.

Me senté sólo, me bajé los pantalones y comencé a masturbarme. No había pasado ni tres minutos cuando un vejete se sentó a mi lado y muy respetuosamente me pidió permiso para mamarme la polla. ¡Yo accedí! El vejete comenzó hacerme una mamada maravillosa, de esas que sólo un vejete de la Sala X Duque de Alba sabe hacer. Al rato llegó un tío, se puso de pie delante de nosotros y sacó su polla y comenzó a pajearse mientras nos miraba en medio de la penumbra que ofrece la sala. Yo le pedí que se colocara más cerca para acariciar su polla. El tío se acercó y yo me metí a la boca una polla enorme y jugosa. 

Mientras hacía una suave fellatio a mi anónimo amigo, el tío que me estaba mamando la polla, se había colocado en cuatro patitas sobre las sillas, había levantado los posabrazos y se había quitado los pantalones. Su culo yacía al aire ofreciendoselo al mejor postor (o al primero que se acercara). En eso llega un tío que se le coloca por detrás y comienza a tocarle las nalgas y a meterle el dedo en el culo. Pude comprobar que dependiendo de la velocidad en que le metían el dedo en el culo, el vejete me chupaba la polla más rápido o más lento, así que decidí hacer lo mismo con la polla que tenía entre mi boca.

Al cabo de un rato, otro tío se había colocado al lado del chico a quien yo le hacía la mamada y me ofreció su polla también. Yo tengo como regla no llevarme dos pollas al mismo tiempo a la boca, por lo que mientras seguía con el fellatio comenzé a masturbar a este nuevo tío. Tenía una verga muy corta pero bastante gruesa, de esas que da gusto meterse por el culo. 

Y así, poco a poco se fue sumando cerca de quince tíos que participabamos activamente en una orgía. Sin contar que alrededor estaban unos seis mirones y unas tres parejas que nos miraban mientras se masturbaban o realizaban mamadas.

Como dije anteriormente, cualquier momento es bueno para una orgía, pero hay horarios que son más propensos para que se den.

Por ejemplo: de lunes a viernes los mejores horarios son entre las 12:00 y 14:00 hrs y entre las 18:00 y 20:00 hrs. (algunos minutos antes u otros después).

Los sábados puedo asegurar que casi todo el día es bueno, pero hay "un bajón" entre las 14:00 y 17:00 hrs porque los abueletes van a comer y a dormir la siesta.

Los domingos tienen dos grandes momentos: 

1. desde las 11:00 hasta las 14:30 hrs, cuando se está realizando el mercado del El Rastro muchos abueletes dejan a sus esposas haciendo la compra y se meten a "ver" alguna película. Lo que sus mujeres ignoran (o aparentan ignorar), es que su marido pasará una linda velada comiendo pollas, exhibiendo su polla, rompiendo ojetes y todas esas cosas "de cama" que no consigue sumarido a lo largo de la semana.

2. También desde las 17:30 a las 19:45 hrs suele tener mucha actividad orgiastica el cine.

¿Quieres tener una orgía en tu experiencia sexual?

No dejes de venir al Cine Duque de Alba.

Lo único que no se hace es aquello que no quieres hacer.




Si de pronto se encendieran las luces, esta sería una imagen que podría verse en la Sala X Duque de Alba, ¡disfrutad, coño, disfrutad!

lunes, 22 de abril de 2013

Federico (1)

 Federico venía a Madrid. Ya estaba desesperado por "encamarme" con él. Lo había conocido en una sala X de Buenos Aires (Argentina) por la calle Bolívar, Venezuela o Caracas, no recuerdo cuál.

Desde ese día estuvimos haciendo el amor todo el tiempo que permanecí de visita en Buenos Aires. Y digo hacer el amor porque con Federico hacía el amor. 

Federico preparaba vinos, unas frutas, quesitos y manjares suculentos. Pero yo lo único que quería era comerme su polla y que el se comiera la mía.

Disfrutabamos de un sexo oral mutuo suave, lento, con calma.

A Federico le gusta tragarse mi leche. Sabe Federico, cómo extraer la leche de mis huevos.

Federico sabe como besar mi boca. Sabe cómo preparar mi culo para que la penetración sea suave, silenciosa y mágica.

Federico es un señor de 54 años. Casado con tres hermosos hijos. Federico es bisexual aunque el se confiesa "gay de closet".

Lo espero con ansias porque además, quiero llevar  Federico a la Sala X Duque de Alba. Quiero que follemos allí en medio de la oscuridad. Que me posea y que lama mi culo mientras los vejetes se reunen para vernos alrededor.

Muero de ganas porque Federico muerda mis tetillas y me haga una paja.

Tendré que pensar en que excusa le doy a Elena.

Mientras tanto, me hago una paja en su honor.


lunes, 15 de abril de 2013

MALDITA EDUCACIÓN HETEROSEXUAL




_La primera vez que me comí una polla, yo tenía 69 años.

Me dijo el viejo Martín mientras yo me cerraba la bragueta. Estabamos en la oscuridad del Duque de Alba. Me había hecho una mamada memorable, de esas que sólo la saben hacer los abuelos que vienen al cine.

Yo tenía una zapatería por la calle La Palma, cerca del metro Tribunal. Era una zapatería pequeña y la crisis no había llegado todavía. Dejé en esa zapatería los mejores años de mi vida, pero no me arrepiento, gracias a ella alimenté y eduqué a mis tres hijos, mantuve a mi mujer y hasta le compre casa a dos de mis hijos. Ahora no se puede hacer nada de eso, la cosa está muy mala.

Yo de vez en cuando lo miraba. Era un señor entrado en años, completamente calvo aunque por los lados aún tenía algo de cabello.


Cuando me faltaba un año para jubilarme y vender la zapatería, decidí trabajar como nunca antes. Me quería retirar pero también necesitaba generar más dinero, ya había comenzado la crisis y ya se notaba que en la zapatería no me iba a ir bien. Durante años había tenido a tres dependientas pero en el último
año tuve que despedir a dos, la cosa estaba muy mala: que si los impuestos, que si las ventas que no se daban, tú sábes como son esas cosas.

Yo tan sólo tenía ganas de dormir un rato. A mi lado, un caballero de unos cincuenta años que había visto todo el espectáculo de la fabulosa mamada que me había hecho Martín, yacía dormido.

Las chicas eran muy buenas, pero no podía mantenerlas a todas, me quedé con una chica ecuatoriana que era la más trabajadora de las tres: llegaba temprano, limpiaba los aseos, atendía a la clientela, atendía la caja ¡nunca perdió un euro!, y cuando las cosas se comenzaron a poner malas, salía a la calle a repartir flyers mientras yo me quedaba en la tienda. ¡Un verdadero amor! Pero era muy pequeñita y débil a nivel físico
 y yo necesitaba a alguien que me ayudara a hacer inventario, a mover las cajas que me iban dejando los proveedores, en fín, alguien que me ayudará con tareas físicas más fuertes. Se lo comenté a la chica ecuatoriana -ya no me acuerdo de su nombre-, entonces ella me sugirió a un amigo suyo que iba a la misma iglesia evangélica que ella. Era un chico nigeriano. Era un prieto de casi dos metros de altura, musculoso. Ancho de espalda y con bíceps muy pronunciados. Hablaba el suficiente español para darse entender,
así que lo contraté. Hice algo que nunca había hecho antes...

- Martín bajó más aún el tono de voz -,  le pagaba en negro.

Tan sólo necesitaba que estuviera en la tienda a la hora de cerrar, así me ayudaría a poner en orden el desastre del día y mantener las cosas ordenadas.

Todo iba muy bien, el nigeriano, ha quien "bautisé" como José, pues su nombre me parecía impronunciable, llegaba puntual todos los días a quince menos veinte. Por lo general ya no habían clientes a esa hora debido a la crisis pero José ayudaba a ordenar y siempre cerrabamos las puertas y nos íbamos al depósito a trabajar. Yo tan sólo le decía dónde y como quería que me ordenara las cajas. Era una rutina que siempre hacíamos, en verdad era un buen muchacho, aunque nunca supe sino que era nigeriano y que quería regresar a su país porque la cosa estaba mala en España.

Yo hacía como quien oía, pero la verdad la película estaba más interesante. Era la típica película porno de detectives que terminan follandose a todas las actrices femeninas del elenco, aunque había una escena de lesbianas que estaba muy bien trabajadas. Las actrices habían hecho un excelente trabajo, se notaba que disfrutaban ser bolleras.


Una noche, cuando ya estabamos apunto de cerrar e irnos, José va al baño, como veía que estaba tardando mucho decido ir a buscarlo, la única luz en todo el recinto era la del baño, estaba meando con la puerta abierta.
Al acercarme José sintió mis pasos y volteandose con una sonrisa en los labios me dice que ya va a terminar. ¡Cual sería mi sorpresa! ¡Tenía el miembro afuera, macho! ¡joder! ¡qué verga más grande e inmensa! ¡jamás había visto una cosa semejante! De hecho, la última vez que ví a un tío desnudo fue cuando yo era un crío y mis padres me habían mandado a un internado en el País Vasco.
¡Qué tamaño! José me dijo en su terrible español: "¿te gusta?, ¿quieres tocar?". ¡Yo jamás había tocado otro pene que no fuera el mío. ¡y tampoco quería tocar otro! ¡pero, este era tan grande! ¡No lo podía creer, macho! ¡Te lo juro por mi madre! Ante ese ofrecimiento no tuve más que aceptar. No le dije nada, macho. Tan sólo me acerqué y me senté en el retrete. ¡No podía quitar los ojos de semejante herramienta! Comencé a acariciar su pene. ¡Qué maravilla, macho! ¡Sentía como ese inmenso trozo de carne estaba respirando y tenía vida!
¡Era inmenso y aún seguía creciendo! ¡Necesita seguir allí, acariciendo su polla! La punta de su pene era grande, redonda y rosada. Se bajó los pantalones y pude ver las maravillosas piernas que tenía. Por puro instinto comencé a acariciar sus huevos. José respiró profundo y allí alcé la mirada por primera vez desde que tenía esa enorme polla en mis manos. José estaba mirando hacía el techo, extasiado de placer. Yo tenía cerca de diez años que no tenía sexo con mi mujer y por culpa de mi hipertención había olvidado lo que era una erección. Me asaltaron todas las dudas macho: ¿es que yo siempre había sido marica y nunca lo había sabido hasta ese momento? Seguí acariciendo ese tronco que estaba hirviendo, ¡no paraba de crecer! Entonces, con su castellano balbuceante José me dijo "¡Chupa! ¡Chupa!". ¿Cómo me iba a meter esa monstruisidad de polla en mi boca? ¡Pero, tenía que probarlo! ¡Había llegado muy lejos y tenía la necesidad de conocer el sabor de una polla! En toda mi vida tan sólo había probado el sabor de dos coños: el de mi esposa y el de una puta que se me atravezó en Bilbao, pero eso fue pura casualidad. En esta ocasión tendría la oportunidad de meterme a la boca esta gloriosa polla.
Cerré los ojos, respiré profundo y llevé a mi boca la punta del pene. ¡Respiraba! ¡Estaba caliente e hirviente!
¡Traté de tragarla toda! ¡José jadeaba y yo no sabía si tenía que hacerlo más lento o más rápido! ¡Cómo había perdido 69 años de mi vida sin probar las mieles dulces, frescas y maravillosas de una polla! ¿Qué coño pasó, que jamás me atreví a saborear antes una verga semejante?
¡Maldita Educación Heterosexual!
José comenzó a darme ordenes: "despacio..., más suave..., más rápido..., ¡para!..., despacio..., así, macho..., ¡rico!...". !Yo estaba encantado! De vez en cuando sacaba la boca de mi polla y la contemplaba ¡Hasta donde crecerá! me preguntaba yo. Era demasiado enorme y sentía que en cualquier momento iba a explotar.
Entonces José me preguntó: "¿Dónde quieres que yo correrme? ¿cara, boca, suelo?" "Échamelo en la cara", le dije y yo estaba sorprendido de semejante barbaridad! Pero quería ver como sería eso. José entonces respiró profundo y trató de quitarme el control que yo tenía sobre su polla "¡No!", le dije, "correte mientras te hago una pajilla". Esbozó una sonrisa de plena satisfacción y acuerdo.

Ví como su miembro se hacía cada vez más grande. Sus bolas se convirtieron de pronto en dos granos pequeños y de pronto, ví salir un chorro un inmenso y caliente de semen que se depositó en mi ojo izquierdo. ¡Dios, que hermoso espectáculo! ¡en mi vida había visto cosa semejante!
¡Y despues vino uno, y otro..., y otro lefazo! ¡Dios, cuanta leche! Después de que eyaculara miles de litros de su leche caliente, blanca casi verdosa y con un fuerte olor a amoniaco, le chupé un poco la cabeza del pene pero lo apartó con brusquedad. Estaba exaustó y se tumbó en el suelo. ¡Yo había hecho que esa mole de casi dos metros quedara sin fuerzas y a la deriva! Comprendí entonces el poder tan grande que es hacerle un pajazo o una mamada a alguien.

El cine se estaba comenzando a llenar nuevamente, había movimiento y algunos abueletes comenzaron a subir y a bajar en busca de una polla caliente y dulce.

Nos fuímos en silencio, cada quien a su casa.

Yo estaba muy conmocionado, por supuesto que no se lo diría a mi mujer ni a nadie. ¡Pero qué placer! ¡Me había perdido de un mundo maravilloso!

Al día siguiente, a la hora de cerrar, José llegó como de costumbre. Hicimos toda la rutina como si nada hubiera pasado. Cuando ya habíamos acabado se despide "¡Hasta mañana!" y yo le digo "¿A donde crees que vas? ¿No piensas mear antes de irte?" Sonrió. Desde entonces todo los días durante nueve meses, José se bajaba gentilmente la bragueta y me permitió saborar las mieles de su polla. A veces me gustaba que se corriera en mi cara. Otras veces en el piso. Con José me tragué mi primer litro de semen.
Aprendía a realizar pajas de todo tipo: rápido, lento, con los dientes, sin dientes. Me convertí en un experto del sexo oral para machos.

_¿Nunca te folló?, pregunté.

¡Jamás! ¡Aquí donde me ves ni un dedo de médico me he metido en el culo.

Lo cierto es que llegó el día en que iba a cerrar el negoció. Me despedí de José. Ambos lloramos. Pero la última noche nos quedamos hasta las dos de la mañana. Yo le dije a mi mujer que estaba dando los toques finales al negocio para cederlo al nuevo comprador. Un chino que lo que queria era montar un abasto de frutos secos. Esa noche le hice tres pajas a José ¡Tres! ¡Cómo nunca antes disfruté de su polla!
Después no volví a saber nada de él y yo vagaba solo por las calles. Daba paseos por la tarde solo o con mi mujer por Marques de Vadillo o por Pirámides y yo solo pensaba en la polla de José. Una mañana suena el teléfono y escucho una voz que hablaba fatal el español:
"¡Martín! ¡soy José! ¿nos tomamos un café?", me citó en el bar Tirso de Molina en el lugar donde está la plaza. Nos tomamos unas cañas, me habló de que iba a volver a Nigeria. Que la cosa no estaba bien en España. Que haya por lo menos tenía casa, una mujer y seis hijos que atender. En un momento de intimidad en el bar le dije que yo extrañaba las noches de cada día.
Me dijo, "¡Pues vamos! ¡Tú mamar bien!" "¿A dónde?", pregunté temerezo de que alguien nos haya oido. "Ven", pagamos y caminamos por la Calle Duque de Alba y entramos por un pasillo muy largo. Al principio no tenía idea de a donde conducía el pasillo y luego vi que era la entrada de algo. Un cine.
José pagó las entradas. Pasamos. Adentro habían unos seis hombres mayores, como yo. Subimos las escaleras y nos sentamos al fondo. ¡En la pantalla había una pelicula porno! ¡Era un cine X! En los ochenta había oído hablar de ellos pero no sabía que aún existían.

José me dijo "Puedes venir aquí cuando te sientas solo. Ahora, chupa". Se había bajado los pantalones. Tendría de nuevo para mí esa gloriosa polla.

Lo masturbé con lentitud y calma. Saboreando cada gota de su semen. Disfrutando de cada sensación y movimiento. José me acariciaba la espalda con suavidad y ternura.

Había pasado un buen rato. El cine estaba comenzando ha hacer embullición de nuevo.

_¿Me lo mamas de nuevo? - Le pregunté a Martín.

¡Claro! -me dijo.

Y se sumergió en las profundidades del Duque de Alba a proteger y acicalar mi polla.


lunes, 8 de abril de 2013

Isabel (6)




6



Era ahora, a sus 65 años de edad, que estaba disfrutando de una vida sexual sin precedentes. Me comentó que cuando estaba vivo su marido quiso, en varias oportunidades hacerle sexo oral, pero éste, salvo muy pocos momentos, no le gustaba que Isabel se lo mamase, al parecer lo consideraba denigrante y bajo para una mujer.


Con el tiempo, Isabel me confesaría que su esposo al momento de eyacular, era poco o casi nada cuya cantidad de semen que brotaba de su pija. De hecho, me diría que tardó cerca de seis años en poder salir embarazada por esa situación. Cuando se metió a puta, una de las cosas a las que se aficionó fue a ver a sus clientes eyacular, sin embargo, la mayoría prefería correrse mientras se la follaban. Quizás yo nunca superé la Fase de Masturbación en términos del psicoanálisis, pero me gustaba llegar al orgasmo a través de la masturbación, cosa que Isabel agradeció y disfrutó desde entonces.


Su marido había trabajado toda su vida en el sector construcción. Había sido criado bajo una férrea enseñanza católica y facha, al igual que Isabel. Ellos nunca hablaban de sexo, tan sólo cada sábado en la noche Isabel debía estar dispuesta "a eso". Isabel me comentó que el esposo la olía, la besaba, le lamía las tetas y después en un arranque frenético le introducía la polla. Todo esto lo hacían en ropa de dormir y siempre en el dormitorio con la luz apagada. No había coqueteo. Una sóla vez Isabel le pidió que le lamiera "allí abajo" y el tío se indignó. Que su boca era la misma que besaba a su hija todos los días.

Por ello, una de las cosas que se aficionó Isabel en sus comienzos como puta era a comerse una polla, ha sentir los pliegues en el que venían forrados los glandes de todos los tamaños, formas, colores y sabores. Se los llevaba a la boca, los lamía, jugueteaba con su lengua en las uretras  Acariciaba bolas, olía y lamía culos. Isabel decidió ser puta por placer, porque a una le llega la edad y mientras unas cantan en coros y otras cuidan nietos, Isabel chupa vergas, se llevaba grandes pollas a su coño, hacía feliz y la hacían feliz. Las mujeres están en el mundo para ser felices, me diría alguna vez Isabel mientras me hablaba de algo llamado Ho´Oponopono o algo parecido. No sé por qué, pero lo relacioné con alguna antigua práctica de ancestral de orgías entre vejetes en el cine Duque de Alba. De pronto imaginé a unos treinta vejetes gritando "Ho´Oponopono, Ho´Oponopono!", mientras todos en circulo se hacían una paja colectiva masturbando al de al lado mientras yo yacía en el centro con mi culo al aire, esperando los leflazos de algunos, la saliva de otros.


En ese momento recordé por qué quise experimentar comiendome una polla: llegué a ver tanta pornografía de chicas comiendo polla y que ponían cara de gusto que por simple curiosidad quise probarlo. La primera polla que me metí en la boca era de un amigo abiertamente gay que se "sacrificó" para que yo probara las delicias de una buena verga.

Desde entonces, me convertí en adicto.









lunes, 1 de abril de 2013

El festivo apenas empieza



Elena me había dicho que no nos podríamos ver ese día. Que tenía muchas cosas por realizar del trabajo, así que lo mejor es que nos viéramos al día siguiente. Ese día, era festivo en Madrid y tenía el día libre, así que decidí ir al Duque de Alba y disfrutar de una buena película X (ver las imágenes) y con suerte me encontraría con algún viejete que quisiera hacerme una pajilla o que estaba necesito de comerse una polla, polla que yo ofrecería con gusto.

Llegué sobre las once de la mañana. Pagué mi entrada, el portero gentilmente me abrió la puerta y entré en el recinto. Subí inmediatamente al gallinero por la escalera a mano derecha. De la entrada del baño salían dos vejetes felices y contentos. Al subir el gallinero estaba prácticamente vacío. Al fondo habían dos vejetes que se estaban comiendo a besos. Me acerqué y me senté una fila delante de ellos.

¡Era un espectáculo hermoso!

Eran dos señores como de unos cincuenta o sesenta años, el rango de la edad es muy amplio porque en medio de la oscuridad no podía apreciar bien. ¡Estaban completamente desnudos! No sólo se estaban comiendo a besos, si no que se masturbaban mutuamente. Uno de ellos bajaba de vez en cuando por el pecho del otro, pasando su húmeda lengua hasta alcanzar la polla del otro. Chupaba, mamaba. Lo hacía con intensidad y rápidez, estaba ávido de esa experiencia. Acariciaba los huevos. El vejete que recibía placer se estiraba hasta más no poder. Se retorcía hacía atrás. Lo estaba pasando muy, pero muy bien. Me miró. Sus ojos vieron mis ojos en medio de la oscuridad de la sala.

Me desabroché la bragueta y comencé a fapearme. Era increíble: mi glande había comenzado a lubricar desde que iba en el metro en dirección a Tirso de Molina para refugiarme en el confort y la serenidad del cine Duque de Alba. Mi pene se erectó rápidamente. No comencé a masturbarme en sentido estricto, todo lo que hacía era ver a los viejos-amantes darse placer sin importar que los mirara. Mi pene estaba hinchadísimo y no quería acabar. Me pellizcaba el glande probando nuevos placeres. Me jalaba el cuero de las bolas esperando retardar la acabado. Por un momento deseé entrar en esa pareja de vejetes y hacer un menáge a trois donde me dieran por el culo mientras un vejete restregaba su barba en mi glande inmenso, húmedo y rojo.

Los vejetes seguían en un continuo ritmo de caricias, de besos profundos y de mamadas intensas. Al poco tiempo, llega otro vejete que se sentó a dos butacas de donde yo estaba, miraba la película, me miraba a mí (o a mi pene) y miraba a los vejetes. Repetía una rutina de direccionalidad de la mirada que no había duda, no tardaría en acercarse a mí.

Me levante con los pantalones en la rodilla y caminé con mi pene, orgulloso de su tamaño y de la cantidad de baba que soltaba. "Pasaré delante de este vejete", me dije, "si quiere comerse mi polla no dejará pasar esta oportunidad". No había terminado de pasar cuando el vejete acaricio mi glande muy suavemente. Me quedé inmóvil, entre feliz y desesperado. El vejete se llevó a su boca mi polla. Comenzó a masturbarme suave pero con precisión. Chupaba con verdadera devoción. "No aguantaré mucho", me dije mientras veía que uno de los vejetes de la fila de atrás se ponía en cuatro patas mientras el otro le lamía su culo. "Éste se lo va a coger, le va a meter hasta los huevos", pensé mientras el vejete que me hacía la felación casi ni respiraba con mi polla en su boca.

-¡Me voy a correr, coño! -le dije al señor que había dedicado sus atenciones para conmigo.
-Mmm, mmm, mmhju.

Con esos extraños ruidos entendí que me podía correr en su boca. Así que me relajé. Apreté el culo. Respiré profundo y me corrí. El vejete se lo estaba disfrutando. Sentía como mi semen era depositado a chorros en su boca. Sentí como el vejete saboreaba cada mililitro cúbico de mi semen en su áspera lengua. Los lefazos venían con mucha intensidad. Los señores que estaban haciendo el amor en la fila de atrás se estaban pajeando mientras me contemplaban. El vejete que me hacía sexo oral subió una de sus manos hasta mi pecho y me presionó con fuerza una tetilla.

Sentía que iba a morir.

Después de suplicar que dejara mi polla descansar me tumbé a un lado. Me hubiera gustado que me metiera un consolador en el culo a mil revoluciones por segundo. Pero el vejete sabía que había hecho un buen trabajo y estaba orgulloso de ello. Se había tragado mi leche y eso lo alimentaba y alentaba a seguir comiendo todas las pollas posibles.

Se levantó. Me dió mis respectivas palmaditas de satisfacción en el hombro y se marchó.

Me quedé allí tumbado viendo en la pantalla como una actriz porno casi niña, era cogida por un señor mayor. Los vejetes que estaban detrás de mí también habían acabado y yacían abrazados uno al lado del otro, desnudos.

Cuando los miré, uno de ellos me miró y en su mirada decía "vente con nosotros tío, el festivo apenas empieza".