Nos fuimos caminando a su piso a pocos metros del
Retiro. Era un edificio muy viejo y por el cual había pasado en muchas
ocasiones sin percatarme de su exitencia. Íbamos conversando de cualquier cosa.
Del clima, de la crisis, de los tíos que pasean por el Retiro en verano.
Subímos unas escaleras muy oscuras con bombillas que
emanaban muy poca luz. Aquí es, me dijo al llegar al segundo piso. Abrió una
puerta cuyo número no pude identificar y entré a una sala que estaba
completamente a oscuras pero se notaba algo por el escaso resplandor que
entraba por las ventanas.
De pronto sentí un empujón hacia adentro y me golpeé
la cabeza con lo que parecía ser un cuadro. Me estrellé literalmente contra la
pared empujado por el abuelete. Me asusté. Pensé que me mataría. Sólo me
tranquilizó el hecho de que el tío comenzó a tocarme los pezones por la
espalda, a pasarme lengüetazos por la nuca y a restregar su paquete (que lo
sentía pequeño) por detrás. ¡Tío que me has hecho daño! Le dije, pero esto
lejos de asustarlo pareció provocarle una fuerte exitación y comenzó a decir
cosas como eres una puta. Te follaré hasta que sangres. Eres mi perra. Este
tipo de cosas la verdad me gustan mucho cuando soy yo el que las dice: soy tu
perra. Fóllame hasta dejarme desangrada. Soy tu puta. Pero en este momento no
me apetecía nada el juego de Dominante y Sumiso.
Tío, deja que quiero darme una ducha. No obtuve
respuesta alguna. Al parecer se excitaba más y más. Yo seguía de espalda siendo
manoseada por todas partes. En eso me bajó los pantalones y la ropa interior
hasta los tobillos y me ordenó que me pusiera en cuatro patas allí mismo. Cosa
que hice. El tío comenzó a meter su lengua en mi ojete. Su bigote me rosaba las
nalgas y me daba un cosquilleo placentero, pero debo reconocer que después de
casi cinco kilómetros de footing dentro del El Retiro me sentía sudado y sucio.
Se lo hice saber al tío, no había duda de que era todo un guarro. Yo seguía en
cuatro patitas mientras me metía su lengua por el culo y me acariciaba las
bolas y el pene con otra mano. Quise incorporarme y tocar la polla del tío que
ya estaba fuera del pantalón. Era una polla pequeña pero bien erecta. Esta
entra fácil, pensé. Quería darle una buena mamada al tío pero no se dejó. Me
mantuvo en cuatro patas comiéndome el culo.
Al rato de esto el tío se incorporó. Sacó un condón
y se puso lubricante. Al parecer pretendía follarme sin meterme un dedo para lo
cual protesté y le hice saber que necesitaba un poco de lubricante para mi ojete.
Algo dijo entre murmullos y me dio el lubricante. ¡Joder! Pensé, ¡me quiere
follar y ni siquiera espera a que se me dilate el ojete! No había terminado de
sacar mi dedo del culo cuando el tío envistió con todas sus fuerzas mi culo. Cogiéndome
con las manos por la cintura y empezando un intenso movimiento de mete-saca. El
tío ni siquiera se había quitado el abrigo y la bufanda ni la boina que
llevaba. Era un encanto de desesperación varonil.
Sentí su miembro pequeño, evidentemente duro pero
pequeño. Fue lo que yo llamo una follada agradable. Nada del otro mundo. Además
el contraste entre la violencia que ejercía, su rol de macho-dominante y el
tamaño de su pene casi me hace reír. Aunque era placentero esa cosita que me
acariciaba el ojete. No habían pasado más de cinco minutos en el mete-saca
cuando el tío me dice que se va a correr y que se quiere correr dentro de mí. No
dije nada. En este caso el silencio vale más que mil folladas.
El tío efectivamente se vino y las envestidas fueron
cada vez más fuertes hasta quedar absolutamente aferrado en mi culo. Yo apreté
hasta no decir más mientras el tío se salía lentamente de dentro de mí. Sentí
que se apartaba y que se sentaba en un sillón a pocos metros de mí. Yo me
incorporé. Me senté frente a él y comencé una paja. Estaba seguro que me
correría rápido así que le pregunté que dónde quería mi leche. Ven, dámela en
la boca, me dijo. Me levanté con el culo un poco adolorido y lleno de
lubricante. Se reincorporó un poco en la silla y comenzó a mamarmela. ¡Guao!
¡Qué bien la mama este tío! Pensé. No duro mi polla más de tres minutos en la
boca del tío cuando le avisaba que me corría. Me hizo el ademán de costumbre
indicando que me podía correr en su boca. Sentí entonces como mi chorro salía y
además como el tío me succionaba la leche extrayéndola de lo más profundo de
mis bolas. Sentí un corrientazo eléctrico que pasaba desde las bolas, la próstata
y mi uretra hasta salir por mi glande. Nunca ví mi semen. El abuelete en
cuestión se dedicó a tragársela toda. Le acaricié la cabeza y me tumbé en la
silla de enfrente a descansar.
Estábamos los dos frente a frente. Ambos con los
pantalones en los tobillos. El tío me pidió disculpas por el empujón pero es
que él a veces tiene ganas de ser macho de verdad. Me pidió que intercambiaramos
números de teléfono y que de vez en cuando podíamos quedar. Yo tomé nota, pedí
el baño. Me limpié el culo y me arreglé para salir. En eso el tío había
encendido las luces. Era un piso con una decoración muy antigua, de los años
sesenta o quizás principio de los setenta. Muchas fotos familiares, algunos
floreros decorativos que se veían eran caros.
El tío me pidió que me fuera porque su esposa y sus
nietos estaban por llegar. Me despedí con una pequeña sonrisa y una palmadita
en el hombro. El tío ni siquiera me miraba a la cara. Estaba como apenado.
¡Pero cómo había disfrutado de mi culete! Al salir decidí que en par de días me
metería a algún sauna. A pesar de la follada me quedé con ganas de follar y de
mamar. Ya en el metro pensé: ¡Mi madre! De nuevo casi me lio en un embrollo
familiar por ir a follar en casa de tíos casados. Nota mental: tomar medidas de
precaución la próxima vez.