martes, 31 de julio de 2018

Montserrat de la Capilla (Coño vs . Polla) 1 de 3




Había comenzado a vivir con Montserrat sin proponérmelo.  Nos habíamos conocido por casualidad en una fiesta en casa de una amiga en común que vive en Lavapies. Recuerdo que la convocatoria era para las 12:AM. Yo venía de haber pasado la tarde y parte de la noche mamando y follando en la Sauna Octupus, me había liado con unos osetes muy majetes que no paraban de comer mi polla, otro tío me lamía de forma descarada y sin que yo le hubiese autorizado mi humilde ojete; además, como no quise incentivar peleas que separara a la peña, no quedó más que colaborar y abrir mis glúteos para que el tío lamiera con soltura. Ese día, a pesar de lo dispuesto que andaba no me follaron. Fue de esos días en que a uno le toca ser activo. Me follé a tres tíos en distintos momentos durante la faena de la tarde-noche. Con especial cariño recuerdo a un tío de unos 55-60 años, con rostro de estrella pornográfica de los 70's-80's, de la era de la decadencia del cine porno, un tío con mucho vicio.  El tío tenía el cabello blanco, bigotito sensual, ojos claros, tenía una polla perfecta para que me follase: tamaño regular tirando a pequeña, glande ovalado, tallo que se va ensanchando y luego adelgazando y bolas pequeñas; sin embargo, el tío andaba en plan pasivo, después de darme una buena mamada en la zona de duchas me lo terminé follando, allí mismo, frente a todo el mundo, cosa que disfrutó con placer notable. Ese día recuerdo que dos tíos se corrieron sobre mi pecho dejando todo mi torax cubierto de un semen entre blancuzco y verdoso, era abundante, espesa la textura, color variado y sobre todo dulce olor. Como comenté, me la había pasado muy pero muy bien, fue de esos días que pasan una vez cada diez años en la sauna, por lo menos para mí.


Ella estaba entre la gente cuando llegué a la fiesta. Pequeñísima -1,63 cms-, cabello corto, mirada profunda de ojos claros que contrastaban con su cabellera de color castaño oscuro. Senos no muy grandes pero con bastante carnosidad y cuerpo. Piernas gruesas y firmes sin llegar a ser regordetas. Nariz algo chata, rostro muy asimétrico que se atenuaba cada vez que sonreía. Mi amiga nos presentó. Yo estaba cansado por la rutina sexo-anal-gay que os comenté en el párrafo inicial, la verdad tan solo pensaba tomar par de copas e irme a casa a dormir, después de vaciar los huevos solo me place comer y dormir. Pero Montserrat me cayó super bien. Una chica muy maja, soltera, independiente y, aunque creo que ella tampoco lo esperaba, era una buena compañía para establecer una 'relación estable'. Yo llevaba tiempo disfrutando de la sensualidad, el erotismo y si se quiere, de los vicios que abundan en el mundo homosexual. Me había convertido en un promiscuo gay y me gustaba. Me la estaba pasando de maravilla en medio de mi vida llena de pollas, leches y culos. Mantener una relación estable con una tía no estaba en mis planes, con un tío menos, pues a mi alrededor hay todavía gente con muchos prejuicios. Comencé a conversar con Montserrat y de allí no nos movimos en toda la noche.


La verdad no sabía que me depararía el destino, pero se planteaba la posibilidad de una heterofollada. En mis conversaciones con otros tíos, después de follar o hacernos unas pajas en alguna sauna o algún bar de fetishgay, me he topado con tíos que están orgullosos de no haber comido nunca un chocho o de no haber metido jamás su polla en una vagina. Hablan del sexo con mujeres con asco e incluso descrédito. Yo siempre discuto que entre gustos y colores no se ha escrito nada definitivo y que follar con un tío, una tía, con travestis o con todos a la vez es cuestión de cada cual, pero sobre todo de los gustos particulares de cada uno.


Montserrat se me ofrecía grácil, tierna, seductora y sobre todo: culeona.


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jueves, 26 de julio de 2018

Introducción a la siguiente historia





Las siguientes crónicas están dedicadas a Montserrat, una tía con la que me he liado y me la he pasado bien. Como sabéis, llevo una vida de bisexual de closet pero la cual he disfrutado hasta decir basta. Quizás es más fácil ser pareja de un chico y que entienda que a uno le gusten las tías que ser pareja de una chica y tratar de explicarle que a uno también le gusta comer de vez en cuando una polla. Así que a partir de la próxima semana os narraré lo que ha sido mi vida sexual con Montserrat en los últimos meses, son lo que yo denomino 'crónicas heterosexuales' pero que están cargadas de una inmensa nostalgia de pollas y pezoneos con machos. Conocí a Montserrat de manera fortuita después de una tarde folladora en una sauna madrileña, recuerdo fue una tarde como pocas. Esa noche una amiga ofrecía una fiesta y allí nos conocimos. Era una tía muy guapa, maja e inteligente.

Con Montserrat he puesto en práctica las innumerables horas de ensayo y error que he dedicado al arte del sexo anal. Porque penetrar ojetes y que penetren el vuestro necesita de técnicas, una mezcla de técnicas de placer con otras de carácter práctico: el uso del lubricante, el masaje de los esfínteres que ha de ser suave pero continuo y meticuloso. Sobre todo hay que saber manejar la gran barrera psicológica, que al fin y al cabo es realmente la que impide que uno disfrute del sexo anal sin complejos. Otro aspecto de vital importancia es la higiene anal: culete limpio y presto para recibir envestidas sin dejar 'sorpresas'. En mis largas excursiones anales -no os voy a mentir-, me han sacado mierda y me han dejado mierda en la goma, eso suele ser inevitable a pesar de que con una buena ducha anal se suele mejorar la limpieza del lugar,  reconozcamos que mierda, heces y excrementos tienen su hábitat natural en la puerta de atrás. De manera extraordinaria jamás me ha salido el condón lleno de mierda del culete de Montserrat. Si han salido, ¡cómo no!, manchas de tonos marrones e incluso hasta amarillentos, pero jamás grandes terrones de mierda como sí me ha pasado en otras circunstancias con algunos tíos. El culete de Montserrat ha sido, de cierta manera, mi culete de 'graduación' en prácticas heteroanales. Insistiré que ha sido una sorpresa para mí, ya lo he dicho y no me cansaré de repetirlo: follar a una tía a por culo no es ordinario. En las tías se presenta como una negación de su vagina. Si me follas por el culo es porque eres maricón, marica y bujarrón y te niegas a disfrutar de mi vagina. No ven las tías las posibilidades infinitas al tener más cavidades por donde regozijarse.

He escrito en otros momentos sobre la posibilidad de abrir un blog donde publique sólo las crónicas heterosexuales, pero francamente, no tengo tiempo ni energia para estar abriendo blogs por cada categoría sexual; así que nada. Espero que disfrutéis la singularidad de follar con una tía a través de su ojete, porque eso es lo que hace de Montserrat excepcional: su culete.

¡Disfrutad!

martes, 17 de julio de 2018

Tarde de otoño en la sauna Octupus (6 de 6)





Como os había dicho, había decido matarme con una paja. Comencé a masturbarme y el tío que había permanecido alejado de mí se acercó. Se sentó a mi lado, sin decir nada cogió directamente mi polla y comenzó a pajearla, en un momento pensé que era un abuso, pero como se trataba de una paja diplomática me relajé. Me puse de pie, le ofrecí mi cipote para que mamara, gesto de distinción, caballerosidad y cortesía. El tío no perdió tiempo. Se metió toda mi polla la cual estaba de tamaño considerable, toda la polla la engulló en su garganta, dándome una mamada profunda y cariñosa a la vez, me pareció muy grosero y falta de respeto que se metiera la polla con tanta avidez, pero una vez que mi polla sintió el caldo cálido de su boca y garganta se me olvidó tal agravio. De vez en cuando, el tío dejaba solo el glande en su boca aprovechando el resto del tronco del pene para acariciarlo y masturbarlo. Me tocaba los huevos, hurgaba en mi culo que se estaba dilatando y cada tanto acariciaba mis pezones. Era una buena mamada. El tío se levantó para decirme algo al oído y temí que pidiera que lo follara, pues ya ese día me había ido muy mal con la exploración oral. Si había algo que por lo momentos no quería era follarme a alguien. 
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El tío me dijo que le acabara en la cara, que le gustaba mi polla y que le gustaría que le llenara el rostro con mi abrasadora leche. No había terminado de decirlo con su aliento de haber mamado mil pollas, millones de pollas, con su aliento de boca mal lavada y de muelas cariadas cuando le tomé por la cabeza y le obligué a que se arrodillara. Comencé a masturbarme de manera casi enfurecida y respirando hondo para tratar de oxigenar mi cerebro. La sauna de vapor estaba a toda caña y a lo lejos, algunos tíos que habían recién entrado, nos miraban. Solté un primer chorro de lefa que bañó el rostro del tío desde el mentón hasta la barbilla. El segundo chorro de lefa le dio en la nariz y hasta creo que le entró un poquitín por las fosas nasales. Lefa nasal, pensé. El tercer chorro de leche caliente cayó en su moflete izquierdo. Después vinieron algunas gotitas de placer que fueron saliendo a borbotones de mi uretra. El mozo estaba con los ojos cerrados gozoso de lo calientita de mi leche, que además, se mantenía caliente en la medida en que la temperatura de la sauna estaba a unos 72°C, era para morir de calor y de placer.

No es mi costumbre estar corriéndome sobre el rostro de la gente. Suelo preguntarles a los tíos dónde quieren que les eche mi leche. Al principio, en mis innumerables escapadas en el Cine Duque de Alba, los vejetes me pedían con mucha insistencia en que me corriera en su boca mientras ellos mamaban. Al principio me negaba, pues la verdad sea dicha, lo consideraba antihigiénico. Luego recapacité y me dí cuenta de dos cosas. La primera era que si me corría en la boca de los vejetes no mancharía ni los sillones, ni el piso del Cine Tirso de Molina, en este aspecto, le ahorraría tiempo a las señoras dominicanas que hacían limpieza en el cine durante la mañana. La segunda cosa que me percaté de correrme entre la boca de los abueletes, es que muchos de ellos esperaban con ansias engullir la lechita salada y diamantina de algún generoso macho. Supuse que muchos de ellos pasarían días y semanas esperando el momento de ir al cine y extraerle el líquido vital de los huevos a algún mozo para disfrutarlo en su boca. Hay otros vejetes mucho más viciosos. Hubo una época que fui casi durante dos semanas consecutivas al cine Duque de Alba. Era agosto y solía escapar del calor de Madrid en la sala de cine desde las 12:00 hrs. hasta las 20:00 hrs. No hacía más que ver las pelis una y otra vez y por lo general, a lo largo de mi estancia me corría dos o tres veces. Fue una época de mucho vicio para mí porque después del cine me iba a algunos bares de ambiente en Chueca en donde a veces me encontraba unas orgías fabulosas. En esta rutina diaria de semen, saliva y pelis, me topé varias veces con vejetes viciosos que iban todos los días en los que yo fui. Habían algunos que llegaban a la hora de la siesta y se iban entre las 16:00 y 17:00 hrs. Otros llegaban precisamente entre las 18:00 y 19:00 hrs. Por lo general, la última hora era muy aburrida. Habían vejetes dormitando y uno que otro masturbándose solo, en la oscuridad de la sala.
Todos estos recuerdos me incadieron mientras eyaculaba mi chorro de lefa en el rostro de aquel ignoto mozo que había decidido cargar con mi intensa fuerza húmeda de sensualidad, sexo y jugos seminales. Cuando ya estaba terminando, comencé a golpear con mi pene el rostro, los mofletes y la barbilla. ¡Qué gusto me estaba dando haberme corrido! ¡Después de una larga tarde de herméticos ojetes y frustrados intentos anales, derramar mi semen sobre el rostro de este macho inocente me había resultado placentero!
Inmediatamente, después de haber exprimido mi última gota de semen, el macho trató de chupar mi glande, cosa que agradecí pero debí retirar la cabeza de mi cipote de su boca pues había quedado a unos niveles de sensibilidad extrema. Le dije al macho que me esperara,  que tomaría una ducha de agua helada y vendría a satisfacerlo.
Mientras iba hacia la zona de duchas noté que el movimiento en la Octupus se había acelerado. Ahora sí comenzaba a dominar en el paisaje la presencia de los osetes. Los había de diversas edades, unos jovencísimos y otros más mayores, unos con mirada inocente y otros llenos de vicios. Pasé cerca de la zona de los slings y ya tenían a uno prensadísimo que entre tres osetes le estaban colmando de placer. En el camino también pensé que a lo mejor el macho de la sauna había escuchado varias veces en ese día lo mismo: ‘ya vuelvo, tomo una ducha y regreso’; con la diferencia de que yo si iba a regresar.
Después de una ducha fría, en donde por cierto, un osete jovencíto había tratado de darme una mamada in situ, mamada que rehusé amablemente motivado a mi nivel de hipersensibilidad en el glande, pasé por el bar a tomar una cerveza. El ambiente, estaba interesante. Muchos tíos conversando entre ellos, un grupete muy animado más allá. Hacia el jacuzzi noté un toqueteo por debajo del agua que me llamó la atención. La noche prometía sin lugar a dudas, pero yo tenía más de cuatro horas en la sauna, y si bien es placentero, la cantidad de tiempo sumergido en la sauna de vapor me había dejado agotado, deseaba tan solo comer algo, quizás un jamón de patanegra y algunas aceitunas con cerveza e irme a dormir.
Decidí rondar de nuevo la sauna de vapor y cumplir con mi cometido de satisfacer amablemente al macho que me había extirpado el semen de los huevos. Al entrar me encontré que se había esfumado. La sauna de vapor se había llenado de otros machos-osetes, había pezoneo por un lado, toqueteo por otro. En el rincón más oscuro un osete estaba de pie dando de mamar a alguna noble criatura que yacía de rodillas a sus pies. Alguien trató de meter su dedo en mi culete pero lo rechacé con la generosidad y respeto que se merece.
Al no encontrar al colega a quien deseaba retribuir la generosidad de la mamada, pensé en encerrarme en alguna cabina, tumbarme en la colchoneta y a puerta cerrada dormir una buena siesta. También pensé en irme al jacuzzi, pero estaba lleno y además había pezoneo y manoteo por arriba y por debajo del agua, incorporarme a ese grupo equivaldría a romper el hechizo o quizás inmiscuirme de manera activa.
Entonces decidí salir a la calle. Coger rumbo hacia la Gran Vía y ver que podría comer por los lados de Hortaleza para después, en Cibeles, coger el búho que me llevaría a casa. Esa tarde de otoño había hecho casi seis horas en la sauna y si bien, fue muy estresante no haber cumplido la meta de comportarme como un activo vicioso por culpa de los resabiados ojetes, había sido una tarde llena de maromas, recuerdos y entretenimientos.

(Fin de esta crónica) 




martes, 3 de julio de 2018

Tarde de otoño en la sauna Octupus (5 de 6)






Cuando el chico bajito me pidió que lo follara no pude resistirme sin cierto temor, sin cierto pálpito de que algo iba a suceder debido al recuerdo de los dos pasados intentos de follar que, en esa tarde, habían terminado en un fracaso rotundo. Conmigo tenía el último preservativo y la bolsita de lubricante que quedaba, yo esperaba usarla con alguien, pero aún mantenía viva la llama de que me follara alguien, ya sabéis, pasar una tarde completa: mamadas, pajas, folladas y afines, estaba quizás en una fase de negación: me negaba a aceptar que no me follaran. ¿Cómo iba eso no ser posible?
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Pese a ello soy un caballero y le dije al chico bajito que cómo no, que por favor, se pusiera como él quisiera. El chico bajito se estiró allí mismo y levantó sus patitas al cielo, tan inocente, sencillo, humilde, devoto y glotón a la vez. Le toqué los huevos y el cipote, tenía una polla pequeña y unos huevos chiquititos, duros y concisos, eran dos piedrecillas de rosado mármol. Pensé en darle una mamada suave para que se relajara, después podría darle algunas buenas embestidas antes de correrme.
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Me puse lubricante en el pene y busqué colocar lubricante en el ojete. ¿Y a que no sabéis qué pasó? Pues el orto estaba más cerrado que las calles de Madrid en verano a las 13 hrs. ¡Joder!, pensé, ¡pero que ha pasao hoy, estos ojetes estén clausurados o qué! Buena disposición por parte de los machos que exponen su ano al mundo exterior, pero las hemorroides y esfínteres han confabulado para no permitir la entrada suave y amable de mi cipote.
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En medio de cavilaciones tales mi dedo comenzó a hurgar en el pequeño orificio. El chico bajito no paraba de pajearse, cosa que me comenzó a abrumar, pues los anteriores tíos habían hecho lo mismo y se habían corrido sin darme tiempo de correrme. Yo estaba por ponerme el condón cuando el tío pegó el clásico grito de ¡Me corro macho! ¡Cuidado te mancho! ¡Ah, que gusto tío! ¡Qué gusto me das! Y yo miraba asombrado pues mi dedo no había logrado traspasar el umbral que su esfínter defendía fría y morbidamente.
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Después de correrse, el chico bajito se incorporó. Yo esperaba que me comiera la polla, que por lo menos me hiciera un pajazo. El chico bajito se levantó, dijo que ya venía, que se iba a duchar. Esa historia la había escuchado varias veces ese día y me temía que iba a pasar lo mismo, se marcharía sin dejar rastro.
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Y así fue, después de casi quince minutos, esperando, sentado en medio de la penumbra del baño turco, con mi polla al aire, libre y flácida, deprimida y acongojada el chico bajito no había vuelto. Imaginé que en este momento ya se habría bañado y estaría por los lados de Ópera o Puerta del Sol buscando dónde comer algún pincho de tortilla.
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Decido entonces matarme con una paja. Comencé a masturbarme y el tío que había permanecido alejado de mí se acercó. Se sentó a mi lado y sin decir nada cogió directamente mi polla y comenzó a pajearla de manera desinteresada en un principio, yo diría que hasta fue el inicio de un pajazo protocolar: dos machos solos, uno se pajea, el otro se acerca para ayudar, pero así, tranquilo, sin abrazos, sin palabras, con la bruma, la oscuridad y el vapor de testigos.

Era una paja diplomática.

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(Continuará)