miércoles, 9 de octubre de 2024

Sexo en Buenos Aires, Argentina (Parte 9) - En la Sapiens

 



Luego de la jornada de sexo con los vejetes, tomé una ducha, comí un bocadillo y dormí la siesta en una sala que está entre el bar y la entrada del cine. Me costó dormir porque hacía frío y el único sitio en el que hacía calor era en detrás de la pantalla. No hacía calor en el sentido metafórico del término, es decir, allí funcionaba bien la calefacción. Debéis recordar que, mientras en Europa los agostos son de calor infernal, hacia el sur es invierno y, si bien Buenos Aires no es tan frío como Madrid, la temperatura oscila entre 1° y 0° C, lo que hace que una buena calefacción sea necesaria. La vez pasada que estuve por estos lados, la calefacción funcionaba en todos los espacios; cosa que recuerdo porque mi opción de entretenimiento era ir a la Sapiens a recibir calor, tanto en culo y cojones como en el cuerpo. En esta ocasión, quizás la crisis pospandemia o la falta de clientes hizo que la gerencia no pusiera la calefacción a tope. Además, apenas eran las 14 h y no había casi nadie. Por ello, quizás esperan a que se llenase para calentar todos los espacios. 

Luego de la siesta voy al bar a por un café. Allí me encuentro con el vejete-marica que había decidido descansar. Los otros dos vejetes, los más “hombrecitos”, estaban entretenidos comiéndole la polla a un negro. Éste negro yo nunca lo llegué a ver. Estabamos solos en el bar, así que, con la comodidad que brindaba el local y la seguridad de que solo nos veríamos en la Sauna el vejete-marica me comentó de cómo terminaros siendo un trío de viejas maricas. 

En el verano de 78, en plena dictadura militar, ellos tres trabajaban pintando casas. Un día los contrataron para pintar un departamento con grandes ventanales que daban al frente de una azotea. Ellos estaba cuatro pisos más arriba y con una avenida de por medio. En esa azotea apareció un tío en lencería femenina a tomar el sol cada mañana. Los tíos lo miraban y un día, el más macho del grupo, el vejete-macho le lanzó unos besos desde el otro lado. El marica de la azotea lo miró, pero lo ignoró. Al día siguiente se marica de azotea extendió una sábana gigantesca en donde estaba escrito el número del departamento en el que estaba y se acostó, boca abajo con el culo al aire y desnudo. Los tíos se rieron. Pero la misma escena se repitió una y otra vez, durante varios días. Hasta que el vejete-macho dijo: “Me lo voy a coger. A esa marica me lo voy a coger. Marico es quien se deja cojer, no el que coje”. Los otros dos tíos se animaron. Fueron al edificio del frente, llegaron al departamento y les abre la puerta la marica de azotea; que en ese instante era más alto y mejor formado de lo que se veía. Vestía una bata rosa, transparente y por debajo no llevaba ropa interior, lo que les permitía apreciar una enorme polla. ¡Mira que habían tardado”, dice la marica de azotea!¿Un té helado o nos comemos los rabos de una vez por toda”? Entonces en ese instante, el vejete-macho-macho, el que dijo que marico es quien se deja cojer, no el que se coje, se puso de rodilla y se llevó esa enorme verga a la boca como si nunca hubiera sido alimentado en su vida. Era la primera vez que se metía una verga a su boca, como supieron después. Los otros dos se sumaron a toquetear a la marica de azotea, que terminó siendo el más macho y activazo de los cuatro. Así, cumplieron con una rutina casi diaria durante un mes de almuerzo en los brazos del placer. 

Pero ¿qué pasó después del homoputeo con el “marica” de la azotea? Pues, quedó un pacto entre los tres y de vez en cuando se encontraban para putear. De esta manera, los tíos habían conservado una putiamistad por más de cuarenta años. Habían follado en el Cine Ideal, se turnaban las casas de soltero para follar hasta que se fueron casando los dos tíos con sus matrimonios respectivos. Llegaron los hijos, los nietos y ahora la jubilación. En todo este año había sido una amistad duradera en el que se mezclaba amistad, con sexo y amor. Porque algo me quedó claro, estos tíos se gozaban entre ellos como verdaderos amantes, como amantes de toda una vida que disfrutaban a cada momento la compañía, la polla, huevos y culos y lefa de los otros.