Como quizás he mencionado antes y quizás lo
mencionaré reiteradamente, es parte de mi “política sexual” no involucrarme con
vecinos/as por aquello de tener mi propio espacio y no verme liado en algún
momento. Igualmente, no me gusta invitar a tíos/as que consiga de paso. No me
gusta que sepan dónde vivo y no me gusta que se conviertan en amigos de mis
vecinos, por lo cual mantengo todo a mucha distancia. Saunas, una que otra zona
de cruising, en su momento las mamadas gloriosas del Cine Duque de Alba o Tirso
de Molina eran mis lugares rutinarios para pasarla bien.
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Con mis vecinos de
Madrid tengo una vida muy afable. Compartimos en el bar que está justo al frente
de nuestro piso. En Navidad siempre organizamos una cena entre nosotros y en
verano siempre compartimos par de semanas bien sea en Alicante, Málaga o las
Canarias. En primavera y desde que yo tomé la rutina de hacer footing, nos
inscribimos juntos en algún maratón en Aranjuez, Cercedilla o Ávila. Somos, si
quiere interpretar de esa manera, una gran familia. Sorpresivamente casi todos
rondamos las mismas edades, alrededor de 35 – 45 años, salvo una chiquilla que
vive en Planta Baja cuya edad ronda los 24 años. Muy maja. Muy coqueta. Con
ganas enormes de follármela, pero como es mi “política-sexual” no inmiscuirme
con vecinos, la verdad que ni me acerco con perversas intenciones. La verdad
ella tampoco hace esfuerzo, así que tenemos una relación muy afable.
XX
Pero en mi
piso en Barcelona, el cual fue alquilado por la compañía para la cual trabajo,
rompí esa regla algunas veces. Realmente la rompí dos veces. La primera vez con
Madeleine, tía guapa que conocí en Barcelona con quien tuve una noche de desenfreno
sexual y un vecino-gay-pasivo que lo contacté por Grindr y nos pusimos de acuerdo
para una mamada.
XX
¡Y qué mamada!
(Continuará)
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