Y allí estaba. Parado frente al dintel de mi puerta.
Un chaval delgado, de unos 24 – 26 años. Un poquitín afeminado para mi gusto. De
aspecto pijo pero muy desaliñado para llegar a ser por lo menos, un pijo a la
madrileña. Ojos vivos y nerviosos. Cabello largo. Como el de Camilo Sesto en
los años sesenta pero sin el arreglo respectivo que haría un verdadero estilista-marica.
XX
Pues la verdad cumplió su palabra y allí estaba el
chaval listo para comerme la polla. Yo estaba en slips con un albornoz oscuro
puesto, con una cerveza en una mano y el móvil en otra. Le dije que pasara y le
invité una cerveza. Me dijo que no tenía tiempo y que lo que quería era mamármela.
Inmediatamente impuso las reglas del juego: sólo come pollas. Pero sobre todo,
nada de correrme en su boca.
XX
Realmente no tuve tiempo de responder, hacer o pensar nada. Apenas había cerrado la
puerta el chaval estaba abriéndome el albornoz y bajándome los slips. Yo no
estaba preparado esa noche ni de emociones, ni física ni psicológicamente para
enfrentarme a una mamada de polla. Pero ya que los astros me habían empujado
hasta allí, decidí pensar como Heráclito y
dejar que las aguas siguieran su curso.
XX
Allí de pié, mi polla al descubierto y sin magreos
de ningún tipo, el tío abrió la boca, una boca enorme que no parecía tener y
comenzó una lenta felación. Como os conté anteriormente, no estaba preparado
para nada semejante. De hecho deseaba dormir y reponer fuerzas porque al día
siguiente sería sábado y ya había pensado darme un paseo por el Cine Arenas y
quizás luego meterme en la Bruc o la Condal. El tío tenía unas excelentes artes
amatorias para cuando la polla del otro se trata.
XX
Me quité el albornoz y me deshice de los slips. Me
quedé en pelotas en medio del piso dejándome mamar por este chaval-heterosexual-casado-necesitado-de-pollas.
XX
¡Y vaya como la mamaba el desgraciado!
(Continuará)
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