Don Eusebio permanecía parado frente a mí. Nunca me
miró. Su mirada estaba recta mirando el vacio que suele producirse en los
cristales de las ventanas del Metro de Madrid.
XX
De pronto me colmé de recuerdos y mi polla pidió
boca, culo, manos, ser acariciada, mamada. Quería hacerme una buena paja y
dedicarle a don Eusebio mi chorro caliente de semen que tanto le gustaba ver.
XX
Pronto llegué a la estación El Capricho y don Eusebio se sentó inmediatamente en donde yo había estado. Al salir del Metro, me quedé mirándolo
mientras se cerraban las puertas y el tren cogía su camino rumbo a Alameda
de Osuna. Me quedó un vació emocional. Después de haber hecho mi rutina de
footing, cuando regresaba a casa caí en cuenta que bien pude
haberle preguntado por su perfume, ¿qué marca era? ¿dónde lo había comprado? Y
quizás, en algún momento recordarle de manera discreta que alguna vez me comió
la polla y que estaba dispuesto a que me la comiera cuando quisiera.
XX
No le pregunté nada por la sencilla razón de que si
veo en la calle a algún tío con el que me hubiese liado
en la Sala X o en alguna Sauna, jamás cometo la imprudencia de saludarlo. Si
acaso una ligera mirada pero nada que comprometa. La gente no tiene por qué
enterarse cuales pollas te llevas a la boca.
XX
Así que después de ese encuentro con don Eusebio,
decidí preparar mi polla y mi culete para una intensa noche en The Ring.
XX
Don Eusebio, mi leche la verán otros, pero te dedico
cada gota a ti.
XX
(Fin de esta crónica)
Un final bonito, pero triste.
ResponderEliminarAunque no podía ser de otra manera.
Yo también soy superdiscreto con lo que pasa de puertas adentro y luego fuera, es otro mundo.