martes, 17 de septiembre de 2019

La Giganta






Hubo una época en que follaba casi todos los fines de semana con Ana Gabriela. Era una chica que no era muy guapa, pero tenía su encanto. Hija de rumanos, altísima, de hecho más alta que yo, medía 1,92 cms de altura y yo apenas unos miserables 1,73 cms. Eso sí, con una polla gruesa y sustanciosa. Pese a la diferencia de tamaño y de carreras profesionales nos conocimos en el tren de Cercanías. Habíamos topado varias veces en los Nuevos Ministerios, creo que unas seis veces y la verdad es que Ana Gabriela nunca pasaba desapercibida. Era altísima, muy delgada, ojos azules de mirada profunda que contrastaban con un cabello liso, larguísimo y sobre todo negro con innumerables canas. Tenía la misma edad que yo pero se veía mucho mayor. Trabajaba en una empresa de telecomunicaciones del sector privado y durante el otoño de 2017 habíamos coincidido en la estación de trenes de los Nuevos Ministerios.
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Un viernes de otoño había tanta gente en los andenes que decidí tomarme unas cañitas a esperar que bajara la marea. Tenía pensado llegar a casa, ducharme y dar una vuelta por The Meat Rack o el Bar Naked; no estaba seguro porque estaba muy cansado, llevaba par de semanas queriendo tener buen rollo con algunos tíos. Y allí, tomando una caña estaba Ana Gabriela. Contrario a mi costumbre de extrema timidez con las mujeres, pedí una caña y me le acerqué. La tía era super maja, conversamos. Yo le comenté que la veía con frecuencia en los Nuevos Ministerios y que por razones de altura ella no pasaba desapercibida. Ella sabía que era así, le dio vergüenza reconocer que no me había visto. Hubo electricidad y de allí decidimos tomarnos unas copas en el centro de Madrid. Estuvimos conversando hasta las dos de la mañana. Pensé que esa noche me la follaría, pero no fue así, no fuí lo suficientemente rápido y nos despedimos cuando cada quien cogió su buho en Cibeles.
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Al día siguiente pensaba ir a descargar las ganas con algún macho en la sauna Octupus o Paraíso, follar y ser follado, mamar y dar de mamar, pero a las 11 am Ana Gabriela me mandó un Whatsapp para ver si nos veíamos y cenábamos esa noche. Quedamos en vernos en Metro Bilbao y de allí tomarnos algo por Malasaña. Nos encontramos a las 11 de la noche y allí estaba Ana Gabriela, esperándome mientras leía un libro cerca de los torniquetes. Estaba vestida completamente de negro y al saludarnos ella fue quien me buscó la boca. Me agarró desprevenido, pues si bien iba en rollo de ligar con ella jamás pensé que fuese tan rápido y menos que fuese ella quien tomase la iniciativa. Le dije que tenía tres botellas de vino en casa y que si gustaba yo podía cocinar para ella. Accedió. Cuando íbamos a casa caí en cuenta que había violado mi regla de oro: no llevar a nadie a follar a mi casa. Una vez dentro del ascensor Ana Gabriela comenzó a darme besos. Su lengua hurgaba de manera incesante en mi garganta, yo sentía que me quemaba y lubricaba el esófago. Ya en la cama y completamente desnudos pude sentir el cuerpo huesudo y lamer los pequeños senos de la giganta. Era delicioso y extraño follar con Ana Gabriela. Su coño estaba lleno de vellos negros y blancos, gruesos y ensortijados, era un coño húmedo y bien lubricado, sentía que mi pene se ajustaba perfectamente y que la hacía sentir algo.  Ana Gabriela y yo hicimos la rutina de acariciarnos y gozarnos todos los viernes y sábados. Ella vivía con sus padres y sus hermanos, había estado estudiando pintura y cine en Roma, Milano y París, había tenido un novio romano con el cual había estado por casarse que era más alto que ella, todo iba bien hasta que un día, en medio de una discusión, el novio le cayó a golpes dejándola con un ojo morado, la quijada desencajada y dos piezas dentales perdidas para siempre. Después de terminados sus estudios doctorales en Historia del Arte no consiguió trabajo ni en Italia ni en Francia y tuvo que regresarse a Madrid en donde vivió de sus padres hasta que consiguió un trabajo como mileurista en una reconocida y prestigiosa empresa de telecomunicaciones. A Ana Gabriela le gustaba follar, pero tenía el problema de su tamaño: espantaba a los hombres. Me confesó que se emocionó mucho cuando la abordé en los Nuevos Ministerios, porque sabía que podía ocurrir algo. A mí me gustaba que cuando follábamos ella me abrazaba con su cuerpo inutilizándome por completo, yo me quedaba aferrado a ella y entonces Ana Gabriela aprovechaba la oportunidad y me introducía sus largos dedos en el culo, con ella este proceder me causaba el efecto contrario que con un hombre: me atrasaba la eyaculación, lo que hacía que tuviéramos jornadas intensas de coito de hasta 43 minutos en un folla que folla. Por su parte, Ana Gabriela era feliz cuando me corría sobre su vientre, le gustaba ver cómo me pajeaba y caí lefa sobre su vientre.


Tuvimos un affaire de casi seis meses. Durante ese tiempo a Ana Gabriela se le ocurrió la idea de comprar un espejo de cuerpo entero en IKEA, la idea no me parecía descabellada pensando en que Ana Gabriela era mujer, coqueta y por lo tanto tenía sus ganas de verse bien arreglada. El día que lo fuimos a comprar me dijo que quería que lo instaláramos en mi piso, frente a la cama, pues quería meterme los dedos en el culo y deseaba ver mis nalgas y mi ojete a través del espejo. La idea me pareció muy morbosa y hasta me gustó, pero no quise mostrar emoción no fuese a pensar Ana Gabriela que me excitaba que me sodomizaran y fuese a suponer que era bisexual. En casa y con el espejo montado, después de unas copas de vino nos fuimos a la cama. Una vez que la penetré Ana Gabriela buscó mi culete, al cual tenía acceso sin dificultad gracias a sus largos brazos. Siempre me follaba sin lubricante, cosa que no me gustaba pues tardabamos en conectar espiritualmente mientras sus dedos me abrían el ojete.


En cada encuentro en la cama Ana Gabriela se tomaba su tiempo para sodomizarme. Después de que yo la había penetrado, ella me apretaba con sus largas piernas e iba directo a introducirme los dedos índice y medio en mi culo. En varias oportunidades yo miraba al espejo y pienso que el tamaño de mi pene no era suficiente para la cavidad vaginal de Ana Gabriela, cuando me introducía los dedos en el culo era como si ella se estuviera masturbando.  Me sodomizaba sin lubricante, y si bien con ella mi tímido culo se dilataba gradualmente, estuve tentado a decirle que usaramos un lubricante, pues era evidente que a ella le gustaba la rutina de ser penetrada y penetradora, violada y violador, follada y folladora. Una tarde, mientras andábamos por la Gran Vía le sugerí la idea, me miró con cara de asombro y me preguntó si yo no era homosexual, le respondí que no, que era tan solo una sugerencia y que nunca antes me había metido objetos o pollas con lubricante en mi culo; era evidente que Ana Gabriela no aceptaría mi bisexualidad y que la idea de planificar estratégicamente el uso de lubricante para mi ano le parecía más un capricho 'gay' que una verdadera necesidad y placer masculino. Le expliqué y ella me dijo que compraría el lubricante para nuestra próxima sesión, yo quería asesorarla, pero me temí que pensara que sabía mucho del tema y Ana Gabriela había demostrado que era intolerante ante las 'desviaciones' contranatura en el hombre, a pesar de que eso le brindase a ella placer. ¿Ingenuidad o prejuicio? La educación sistematica heterosexual puede llegar a ser un problema cuando se trata de descubrir los placeres intimos en el otro.

La siguiente vez que nos vimos, Ana Gabriela me mostró con alegría y rostro de chiquilla mala que había comprado vaselina. Sí, el clásico envase de vaselina que se produce como derivado del petróleo y a base de aceite. En mi juventud me gustaba untar en mi orto este tipo de vaselina e introducir el mango de un peine gigantesco que tenía mi hermana, el mango era de madera pulida, perfectamente redondo y liso, para ese momento me funcionaba en las largas tardes de soledad en casa cuando estaba solo, era mi dildo casero, a veces me pregunto si mi hermana lo utilizaba para darse consuelo después de alguna visita de su novio. Después crecí y aparecieron los lubricantes a base de agua y cuando me mudé solo pude comprarme uno que otro juguetito para entretener a mi ano. Desde ese momento, quedé impresionado del rostro de goce y placer que tenía Ana Gabriela cuando me violaba en cada encuentro en mi casa. Una vez que la había penetrado, Ana Gabriela me besaba y abrazaba fuertemente con su brazo izquierdo, mientras que con el derecho buscaba meticulosamente el frasco de vaselina, hundía los dedos con una generosa cantidad de lubricante y después de metía los dedos en el culo. Comprendí que esto era nuevo para Ana Gabriela, pues al principio, con los dedos ya lubricados se tomaba su tiempo para follarme, al descubrir que con lubricante la penetración era más rápida y mi ano se ponía más amable, dejó de perder tiempo y fue directo a follarme el culo, lentamente al principio, luego más rapido. El espejo nos permitía vernos y me gustaba contemplar como Ana Gabriela se concentraba en mi culete; a veces nos mirábamos a través del espejo y Ana Gabriela me regalaba una sonrisa de pícara complicidad.
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Fue un idilio de gusto, sodomía y placer hasta que Ana Gabriela decidió regresar con su novio violento a Italia, eso sí, no sin antes perdonarlo y jurarle amor eterno.

Había estado durante esos meses sin vida homosexual, así que decidí visitar Firewood y me encontré con la sorpresa que cuando llegué allí uno de los tíos con los que me topé era Zurita. No recuerdo si os he hablado de Zurita. Es un tío bisexual que no termina de reconocerlo. Casado con hijos, Zurita le encanta estar en una sauna con machos, su mayor placer es masturbarse mientras le come la polla a algún tío.

Pero ese cuento lo narraré en otra crónica. ¡Cómo extraño los dedos de Ana Gabriela abriéndose pasos por mi humilde, tímido e inofensivo ojete!

4 comentarios:

  1. ¿Y no te hacía daño con las uñas?

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    1. Buena pregunta. Pues fíjate que siempre las cargaba muy cortitas. La tía tenía experiencia en sodomizar, no me cabe la menor duda.

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  2. Un encuentro y relación curiosa e interesante.
    Aparentemente tímida, toma la iniciativa y las riendas de la relación. Intransigente con los machos desviados, pero le chifla "desviarlos". Y encima vuelve con el novio que le rompe literalmente la cara.
    Espero que le fuera bien. ¿No sabes nada de ella desde que marchara?.
    Humilde e inofensivo, bueno... pero tímido el ojete, jeje... ;-)

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    1. ¡Gracias Perro por escribir!

      Nos escribimos poco por Whatsapp, hasta donde sé está bien y yo de vez en cuando extraño sus dedos.

      Nada que una buena polla no pueda resolver.

      JEJEJEJEEJ

      Y sí, ¡muy timido mi ojete!

      Abrazos

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