Madrid es cerrado
de nuevo por la pandemia, el puteo se hace difícil, bares, saunas y clubes de sexo cerrados. No me anima ir a zonas de cruising. Decido visitar a Isabel, ella es una abuela que se
dedica al oficio más antiguo del planeta y fue la puta con la que perdí la
virginidad. Lo explico mejor: yo en aquel entonces no era virgen, tan solo nunca había estado con una
puta, a los 18 o 19 años contacté a Isabel y follamos. No fue una follada memorable pero no estuvo mal. En aquel
entonces la tía tenía unos cuarenta y tantos años, era aún guapa y como mujer
madura sabía cómo tratar la polla de un crío que desea descubrir heterosensaciones.
La llamo, me dice
que está sola en casa de su hija en Majadahonda, su hija se fue de viaje y la casa
necesita atención, así que Isabel pasará esta nueva temporada de confinamiento
allí, que si quiero me acerco que ella me da “un servicio” de primera. Le invento
a Montse que debo buscar archivos en la compu de la oficina, que regreso
en un par de horas.
Llego a donde está Isabel, me tiene preparado chocolate y churros, le digo que para después. Vamos
directo al cuarto de la hija que tiene una cama gigante. Isabel lo ha preparado todo: varias capas de toallas, iluminación tenue, música china que pretende ser de relajación. Vamos directo al grano: masaje descontructurante en la
espalda, boca abajo; después me apetece que me coma la polla y ahí vemos.
El masaje me lo hace
desnuda. Se mueve fuerte y con precisión a pesar que su cuerpo es el de una señora de su edad, está bien conservado a pesar de las arrugas y carnes flojas.
Como sabe que soy bi Isabel no pierde tiempo y desde los primeros momentos
masajea mi culo, ha introducido los dedos varias veces y al percatarse que está
limpio me regala una lamida de culo. Es cierto que un macho
lame mejor, pero no me quejo. Me pongo boca arriba, la tía va directo a la
polla, me abre las piernas, me mete el dedo en el culo y en cuestión de
segundos me corro en su boca: abundante lefa mezclada con saliva y el aceite
que usó para los masajes.
Descansamos boca
arriba. Le comento a Isabel que el masaje estuvo de maravilla, buena mamada,
orgasmo intenso, la música no me convence. Me responde que al parecer va a tener que dedicarse a los
masajes normales, ya tiene setenta años y ya nadie la llama, ni siquiera por
fetiche o para burlarse, simplemente pasan de ella. Charlamos un rato de todo,
de Montse, de su hija, de mis putiaventuras por América, de la jodida pandemia, de la economía.
Nos duchamos
juntos y me regala otra mamada en el baño. Se me pone dura, me corro de nuevo.
Dice que no me cobrará esta, que fue por cuenta de la casa. Me despido no sin
antes pagarle los 40 euros de masaje-mamada-metida-de-dedo-a-por-culo. Como la
veo feliz porque se ha ganado el pan con el sudor de su chocho le dejo de
propina 20 euros más. Besos en los mofletes, está contenta porque en todo lo que va de año de pandemia soy el segundo cliente. Me bendice como si fuera mi abuela y me regala una frase que es una joya: Dios ayuda a quien ayuda a una puta en recesión.
(Madrid, 30 de octubre de 2020)
Una historia que me produce tristeza y ternura a partes iguales.
ResponderEliminarTristeza por que se vea obligada a mal compensar su jubilación aún trabajando. Bueno, esto lo deduzco.
Y ternura en como te recibe y lo que hace para que te estés lo más a gusto posible.
Desde aquí, mi respeto a las putas.
Sí, respeto totales a las putas. Quizás deba estar más pendiente de la Isabel; después de todo, sabe cómo hacer su trabajo,
ResponderEliminargracias por escribir
Me ha parecido muy tierno, muy bonito que os conozcáis de hace tanto tiempo y que os tratéis tan bien los dos.
ResponderEliminarUn abrazo, chaval.
Hotdardo��