miércoles, 25 de septiembre de 2024

Sexo en Buenos Aires, Argentina (Parte 8) - En la Sapiens

  




Una vez encerrado con los tres vejetes nos dedicamos a las mamadas, caricias de culo, pezoneo y mucho, pero mucho morbo con besos de todo tipo: punta de lengua, mamadas de lenguas, lamidas de lengua, besos inocentes en mofletes, glande y culos. De verdad que con estos vejetes uno se la pasa muy bien. De hecho, sería estupendo tener un grupete así de amiguetes, para encontrarse cada tanto tiempo, follar y punto. Me sorprendió que los más besucones y que daban el culo eran los presuntos vejetes-machos-serios; mientras que el vejete marica disfrutaba todo lo que podía, sin prejuicios, cosa que lo caracterizó desde el principio. En la camilla se sentó el vejete más serio del grupo y, que, según él, se había metido un viagra. No sé si eso sería verdad, pero de todos era él quien tenía la polla más dura, pero también la más pequeña. Digamos, estaba bien para entretenerse, pero era una polla comunis, en mis recuerdos pasaría sin pena ni gloria. Ahora la recuerdo porque la velada fue de puta madre con les vejetes, pero si hubiera sido una de esas pollas que uno como de vez en cuando por ahí, pues la verdad que no me acordaría. Sin embargo, los otros tres nos dedicamos a comer esa polla. 

Después, no recuerdo como, terminé yo acostado en la camilla. El vejete-marica no había parado de acariciarme el paquete sobre el suspensorio y no sé cómo hizo, pero usó el suspensorio como una especie de torniquete y mis bolas y polla quedó gruesa, como si hubiera tenido un cockring. Allí fue cuando pensé que debía haber comprado también un cockring. Lo cierto es que los tres vejetes me dedicaron, cada uno a su vez una buena mamada. De vez en cuando se buscaban nuestras bocas y terminábamos los cuatro jugando sobre nuestras lenguas. A veces, mientras uno me comía la polla, yo me comía las otras dos pollas, precisamente de los vejetes-menos-maricones; quienes, mientras yo les chupaba hasta los huevos, se fundían en besos y caricias. El vejete-macho cada tanto tiempo decía que no se quería correr, y se alejaba dejándonos un momento a nuestro aire. Pero no duraba mucho, porque enseguida se follaba a algunos de los dos vejetes o me comía el culo, como hizo muchas veces. Pero llegó un momento en que el tío prefirió irse y con él, el otro vejete serio. Le digo al vejete-marica que continuemos solos él y yo, cosa que accede, pero con la condición de que me corra; le digo que sí. No tengo problema. 



Y es que, llegado a cierta edad uno tiene deseos, anhelos o quiere mantener la marcha sexual con determinado coqueteo o fantasías que satisfacer. Yo estaba en la Sapiens y disponía de toda la tarde para pasarla allí; si me corría, podría ducharme, dormir una siesta, comer algo, volver a dormir y retomar la jornada de puteo y cacería. Además, era sábado y disponía del día siguiente para volver al puteo. Así que prefería correrme aprovechando el nivel de morbo del vejete-marica, a no hacerlo y correr el riesgo que, después de todo, me matara con una paja. Así que nos dedicamos a las caricias.  

El vejete-marica andaba en paños y nunca pude probar su polla, por debajo se sentía una verga morcillona de casi 20 cms de placer y bastante gruesa para reventar ojetes. Me pidió que no le acariciara la polla porque después se corría y allí sí, después del orgasmo quedaba muerto hasta el día siguiente y quería aprovechar la tarde. Yo, en cambio, estaba dispuesto a dejarme llevar por el placer. Hubo mucho juego de pezoneo, besos por todas partes. De hecho, hubo un momento en que parecíamos unos novios que están probando sus bocas por primera vez. La situación era entre romántica y la clásica escena de sexo cruising. 

Luego de estar entretenido en estas cosas y de que mi polla había recibido los homenajes que necesitaba, me subo en la camilla en cuatro patitas, el vejete me lame el culo mientras me pajea y me corro. “Eso, así, así... ¡Más lechita, más lechita! ¡Qué huevos y que leches tienes, macho!, me decía. Yo estaba muy feliz. Tuve una lefada como hacía años y debo confesar que el vejete-marica le puso morbo al encuentro desde que estábamos con los otros. 




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