lunes, 11 de marzo de 2013

Isabel (3)






3


Siempre usaba el mismo perfume, un perfume que sólo puedo describir como de señora de cincuenta años. Sus dientes, a pesar de su edad se mantenían intactos, eran color nácar con ligeros cambios de tono. Sus delgados labios los sentía mucho más gruesos cuando los saboreaba con mi boca.

Follar con Isabel se fue convirtiendo en un ritual. Me esperaba en bata de seda y por debajo de la misma, usaba una lencería de lujo con encajes y detalles artísticos que parecían imitación de Victoria Secret´s. Después de traspasar el umbral y cerrar la puerta, Isabel me daba un beso profundo y húmedo, su lengua exploraba lo más profundo de mi cavidad bucal.

Luego de esos intensos besos me hacía sentar en el sofá de su sala. Vivía sola y tenía un muy reducido pero selecto número de clientes. La mayoría eran ejecutivos que trabajaban en las oficinas de Paseo la Castellana quienes aburridos de sus esposas y al mismo tiempo, no deseando gastar dinero en jóvenes rumanas, encontraban en los cincuenta euros de Isabel el suficiente tiempo para pasar el rato y la descarga sexual respectiva. Yo era el único chaval de treinta años que Isabel atendía.


Isabel y yo compartíamos la misma afición por el arte del cum, meses después de vernos con frecuencia y luego de haber "invertido" casi trescientos euros entre felaciónes y folladas Isabel me confesó que le gustaba ver a sus clientes eyacular. Todos podían correrse en su culo o en su coño -con condón, claro-, pero lo que a ella le gustaba más era que se corrieran en su cara, en sus senos, en su vientre. Me comentó eso después de que en una de nuestras sesiones, ella hubiera preparado un paño negro y lo colocó sobre su vientre, de esa forma, después de que ella me lamió el culo y me masturbó, yo me corría y dejaba mi semen por toda la tela negra.



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