lunes, 4 de marzo de 2013

Isabel (2)




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"Yo voy a meterme a puta", dijo otra, y todas rieron de semejante ocurrencia. Cuando sus amigas (quienes también se jubilaban) se reunieron a celebrar, todas comenzarón a inventarse sus proyectos de vejez. "Yo voy a estudiar canto" dijo una, "Yo me voy a vivir para Marbella", dijo otra, "Yo voy a estudiar filosofía", dijo alguna, "Yo no sé qué hacer", dijo Isabel.  Sin embargo, y esto me lo comentaría después, ella sí  lo pensó en el acto: "¿Y si me meto a puta?".

Así fue como después de jubilada decidió disfrutar de una vida sexual libertina y remunerada después de años de austeridad sexual. si bien, ya de por sí, su vida sexual en el matrimonio era una mierda, después de enviudar, Isabel jamás pensó en serle infiel a su difunto esposo. Es por ello que resulta un personaje interesante en la España del último franquismo, de la España de la transición, de la España de la movida, de la España de la abundancia y de la España de la crisis.

Tenía 65 años, una hija y una nieta. Había enviudado a los 50, se jubiló a los 62 años de una clínica privada donde trabajo toda su vida y llegó a ocupar un alto cargo directivo. Isabel medía cerca de un metro sesenta centímetros. Tenía ojos pequeños de un hermoso color verde esmeralda, tenía una mirada muy viva y dinámica. Su rostro comenzaba a delatar su edad, infinitas arrugas comenzaban a marcar territorios, se habían acentuando gracias al clima seco de Madrid. Estaba empezando a perder el cabello el cual era castaño y empezaba a encanecer. Se lo teñía de rubio caramelo que le ayudaba a resaltar su sex-apple. Hablaba muchísimo, pero hacía el amor como una verdadera adolescente.

La primera vez que la visité fue todo una simple transacción comercial. Pagué mis cincuenta euros y tuve mi hora con porciones de sexo oral, de masturbaciones mutuas, de  follarme una pepita, una concha, una empanada, un grandísimo coño jugoso como el de Isabel. Después de la primera cita comencé a llamarla una vez por semana, tan solo llamaba para saludar. No pensaba enamorarme de Isabel y tampoco me enamoraría; pero su fácil conversar y su manera dichacharachera de decir las cosas era un gran aliciente en una ciudad de corazones solitarios como a fin de cuentas era Madrid. En el Duque de Alba ibas, cogías, besabas, te lo mamaban, te estrangulaban la polla con placer y devoción, se tragaban tu leche como si de eso dependiera sus vidas. Pero después de eso, justo cuando el orgasmo ya había pasado y las bocas y las manos se limpiaban con kleenex, venía la palmadita de rigor en el hombro o en la rodilla que se podía interpretar como un "lo disfruté macho, nos vemos".

La segunda vez que decidí volver a follar con Isabel ya habíamos conversado mucho por teléfono, se había convirtido en mi amiga y en mi puta. Esa vez le había comentado lo que quería, "quiero que me lamas el culo mientras me haces una paja", le dije. "¡Picarón!", me respondió Isabel imaginando su mirada de abuela que complace a su nieto con un dulce muy deseado. A partir de allí traté de visitarla una vez al mes. Desde luego, siempre me cobraba, pero las visitas se iban tornando cada vez más fraternas. Isabel me esperaba con una cerveza, un tequila, un café o un refresco de maracuyá. Conversábamos de nuestras vidas, ella me hablaba de sus clientes con la misma indeferencia de que me hablaba de los recados de la semana o de la mierda de mal gobierno que tenemos con Rajoy. Yo le hablaba del trabajo, jamás le confesé a Isabel que era bisexual, temía que no me recibiera más. Ya en nuestro primer encuentro habló sobre la mierda de los matrimonios homosexuales, que si el Caudillo estuviera vivo eso no pasaría,que eso era pecado y antinatura. Además de una puta vieja, Isabel era católica y facha. 




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