lunes, 3 de junio de 2013

Federico (5)


Justo dos asientos a mi derecha se sentó un abuelete. Federico dejó de besarme para mirarlo y le dije:

_Tranquilo. Sólo quiere ver.

Inmediatamente busqué su boca mientras comenzamos a desabotonarnos los pantalones. Sacamos nuestras pollas que no tardaron en ponerse duras. Me gusta la polla de Federico, es grande, fuerte y lubrica rápido. Era cuestión de ser tiernos, de intercambiar unos besos y su polla, apenas salía del boxer, ya estaba húmeda y lubricada. 

Yo me bajé los pantalones hasta los tobillos, Federico hasta las rodillas. Comenzamos nuestro ritual masturbatorio. Ya conocíamos el ritmo de nuestras pollas. Nuestros besos eran profundos con mucha lengua y saliva. Cuando voy a la sala X, procuro no besar a nadie en la boca. Es tan sólo una norma de higiene..., aunque luego me meta una polla y la devore con aprehensión y devoción mística.

Detrás de nosotros unos abueletes habían dejado de mirar la película y nos contemplaban. Eso pareció exitar más a Federico, quien comenzó a buscar mi ojete para introducir sus dedos. 

El abuelete que estaba a nuestra derecha se rodó un puesto más hacía mí. Federico apenas levantó la mirada mientras nos besábamos. Mi vírgula había tomado un tamaño desproporcinado. Pensaba que no tendría una erección tan intensa pues había pasado varios días follando hasta tres veces con Federico. 

Detrás y delante nuestro ya teníamos unos siete abueletes que nos contemplaban. El abuelo que estaba a un asiento de mí, respiraba fuerte. A veces miraba a la pantalla, luego hacia nosotros, luego hacia los tíos que nos veían, luego de nuevo a la pantalla. Mi pene estaba urente. Supuse que el vejete se acercaría más y buscaría pajearme o hacerme un fellatio. No estaba equivocado. Al cabo de unos cinco minutos el vejete estaba a mi lado contemplando como Federico y yo nos pajeabamos como dos trasgos en un inmenso bosque oscuro. El vejete posó su mano sobre mi desnudo muslo ¡señal inequivoca de pedir permiso para participar!

Cogí la mano de Federico y la quité de mi polla. Con la mirada le mostré al vejete que mi polla estaba libre. Federico puso una sonrisa entre divertida y resignada. Cogí luego la mano del vejete y la coloqué sobre mi polla. Pude sentir una mano castiza, entrada en años, reseca como todas las pieles de Madrid. Me gustó como comenzó a masturbarme. Antes tocó con suavidad la polla. La recorrío hacía arriba y hacia abajo. Comprobó el tamaño de mis cojones, que estaban pequeñitos y listos para correrse. La mano le temblaba un poco, parecía que no podía creer el tamaño de ese erecto e inmenso trozo de carne. 

De cierta manera, yo tampoco podía creerlo. Estaba por experimentar una de las mejores mamadas de mi vida.



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