jueves, 4 de mayo de 2017

Pareja gay busca San Sebastián de los Reyes (or No. This is serious. One more hour in this town and I’ll kill somebody) Parte I






Debo reconocer que a pesar de haber terminado con Laura su mejor regalo fue un móvil de última tecnología con el cual pude instalar el Grindr. A través de esta aplicación me había contactado desde hace tiempo a una homo-pareja que al parecer quería quedar conmigo.
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Suele ocurrir en muchas ocasiones que cuando las homo-parejas son realmente estables, si no le gusto a uno de los tíos es más que suficiente para no magrearnos un poco. A veces me pasa al revés, a mí no me provoca alguno de los tíos y entonces mi emoción inicial de una petit-orgia se ve disminuida hasta desaparecer.
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Esta pareja en cuestión, con quienes había intercambiado algunas fotos era más o menos lo que comentaba anteriormente. Ambos entre los 35 y 40 años, muy bien conservados físicamente según las fotos. Uno más alto que el otro y el pequeñín de cuerpo macizo y duro. Me insistían en irlos a visitar. A pesar de que nos conectábamos cuando yo estaba en el curro, los tíos tienen un piso en San Sebastían de los Reyes. Les digo que esa tarde se me hacía imposible pero que tratáramos de vernos el fin de semana.
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Al día siguiente el móvil estaba lleno de mensajes de los tíos, fotos de los chicos desnudos. Un verdadero kama-sutra gay. A todas estas, el alto no termina de molarme. El pequeñín tiene su atractivo y a pesar de tener una polla de poca envergadura, era ésta compensada con un glande redondo y robusto. Insisten en quedar para ese mismo día, pero les debo explicar que no. Que vivimos lejos. Que si lo desean nos encontramos el sábado.
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Por fín y después de concertada la hora y la dirección exacta me acerco a su piso en San Sebastián. Después de más de una hora de camino entre metro, cercanías y un autobús llego sin problema a las diez de la noche del día sábado. No había tomado la precaución de conocer la ruta del búho de la zona, pero me dije a mi mismo que no importaba si la follada merecía la pena.
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Al llegar me reciben como si nos conociéramos toda la vida. Abrazos, besos en las mejillas. El pequeñín estaba sin camisa y era más apetecible con su pecho lleno de pelos. El alto era muy frío para mí, a pesar de que debo reconocer que se portaba muy amablemente. Me ofrecen una cerveza. No tenía ni diez minutos de haber entrado y ya nos estábamos quitando la ropa allí mismo, en la sala. Comienzan a tocarme las nalgas, las bolas. Un chupeteo de pezones que no venía nada mal. La noche prometía.

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