lunes, 18 de septiembre de 2017

Madeleine (3 de 6)




Durante el día las calles de Barcelona permanecían aún tibias y por las noches la temperatura había comenzado a bajar.  No recuerdo exactamente la fecha. Fue en el año de 2015, justo finalizando el verano y comenzando el otoño.
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Mi estancia en Barcelona se había prolongado por razones de curro y había aprovechado todo el tiempo libre para hacer turismo. Sí, turismo tradicional: playas, museos, monasterios, calles, etc; y turismo sexual: Erotixx, Sauna Corinto, Bruc, visitar Trash; llegué incluso ir unas cuantas veces al Cine Arenas antes de su cierre.
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Era viernes y había salido algo más tarde de lo habitual del curro. Había pensado en irme de Saunas si salía temprano, pero estaba exhausto y si hay algo que se deba hacer es ir descansadito a una sauna con la intención de tener fuerzas para follar y ser follado. Decidí entonces hacer unas compras para la cena e irme a casita a descansar. Ya dedicaría la tarde de mañana sábado a ir a la Sauna.
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Ese viernes era justo uno de esos días en que el ambiente estaba empezando a enfriarse, decidí hacer unas compras en el mercadillo de Encants vells o también conocido como La Fira de Bellcaire en la plaza de les Glòries de Barcelona. Allí, en medio de algunas flores, chocolates, postales, llaveros y distintas alhajas que suelen comprar los turistas me encontré a Madeleine.
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La tía estaba tratando de comunicarse con el dependiente de un puesto que era un chino. El chino hablaba perfectamente español, pero Madeleine trataba de explicar lo que quería en un idioma raro que parecía español, pero no lo era. Inmediatamente, por su acento, su pinta y su manera de gesticular llegué a la conclusión de que era Yankee. Estaban haciendo tal alboroto que decidí acercarme para mediar, pues el chino se veía estaba por perder la cordura y la pobre Madeleine tenía toda la buena intención de comunicarse en  la lengua de Cervantes, pero la pobre no lo lograba.
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Aproveché mis facultades con el idioma inglés y la abordé. La tía tan solo quería comprar una réplica de la Sagrada Familia, de esas que se ponen en el refrigerador de decoración, de las que tienen imán. La quería de un tamaño distinto a las que tenía el chino  y además las quería en forma mosaico que evoca mucho a Gaudí. Todo el jaleo era porque la tía las había visto en otras partes de Barcelona. Era esa su última noche allí, antes de partir a Madrid y coger el avión de regreso a Canadá.
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Le expliqué a Madeleine que yo creía saber lo que buscaba, pero que era evidente que el chino (quien por cierto, se había alejado de nosotros dejando que yo me entendiera con ella), no tenía esa pieza de arte kitsh allí. Le dije que podría conseguir otras cosas estupendas, pero que la verdad, ya se acercaba la hora de la cena y que lo más conveniente sería que yo la invitará una copa de vino y cenar algo en mi casa. Que a mí eso de cocinar para dos se me da muy bien.
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Me sorprendí a mí mismo haciendo esa proposición. Lo interesante es que lo hice desde la “inocencia”, es decir, no tenía previsto follar a Madeleine. Quizás tantos meses de trabajo en Barcelona me habían hecho ser un chico solitario que iba de vez en cuando en busca de unas buenas pollas.
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Pero esa noche, un cálido coño canadiense necesitaba atención.
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(Continuará)

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