Esto pasó en
Madrid, entre 1990 y 91.
Quizás el encierro,
la pandemia y las muertes a nuestro alrededor me hicieron recordar a don Rubén.
Un tío que conocí a inicios de los años noventa y que frecuentaba el Cine Duque de
Alba. Yo tenía unos veinte años y estaba en clases en la universidad,
tenía una novia con la que follaba una vez cada dos meses, era una relación
extraña: no había amor, ni amistad profunda, no compartíamos casi nada en común,
pero tampoco nos la llevábamos mal, funcionaba y listo. El sexo era algo
secundario en una edad que no lo es para nadie, sexo mecánico que no venía mal. Yo satisfacía mis ganas homo con incursiones furtivas y discontinuas a la Sala X en donde, como siempre, a
veces salía satisfecho, otras veces apenas una paja. En aquel entonces me consideraba 90% hetero y 10% bi, con el tiempo uno madura y se da cuenta que si te gusta la carne de cordero y el pescado pues puedes comer de ambas si se te antoja.
En el Duque de Alba follé en varias ocasiones a don Rubén, quien para la época era un señor mayor. Él me descubría en las
tinieblas del gallinero, se acercaba, miraba con vicio, se sentaba en silencio
junto a mí, caricia en la pierna, toqueteo de polla con pantalón, abría la
bragueta y ¡zas! Engullía mi polla que a veces estaba morcillosa, otras veces
lista para romper ojetes. A Don Rubén lo follaba en el baño y fue así como nos
hicimos habituales. Quiero decir, cuando coincidíamos en el cine nos íbamos
directo al baño, el tío comía mi polla y luego me ofrecía el culo, culo de vejete
pero en el cual mi polla entraba con facilidad. Esto se convirtió en rutina cada vez que coincidíamos.
Después de varias
incursiones al baño con don Rubén, el tío decidió que era hora de dar un paso más allá, momento de cambias la rutina, me invitó a su casa en una fría noche de invierno.
Vivía muy lejos, cerca de la estación de Cercanias de Tres Cantos. Nos
encontramos en la plaza Tirso de Molina y de allí, cogimos metro y Renfe para llegar a
su piso. Vivía con su esposa, una señora de también cierta edad pero que lo había dejado solo esta semana porque fue a visitar a la hija y a la nieta en Zaragoza. Me ha pasado que los vejetes son más putas cuando la parienta está lejos de casa. Era un piso con una sala gigantesca pero tan solo con una habitación. Me
dijo que vendrían unos amigos y supuse que el vejete quería caña y se armaría
alguna orgía, cosa que efectivamente pasó.
Al rato llegaron
don Miguel, un vejete como de la edad de don Rubén, es decir, alrededor de los
sesenta y cinco años. Vejete de mucha energía, don Miguel era más afeminado y marica que don
Rubén, él lo sabía y lo disfrutaba. Me enteré que don Miguel era el follamigo de don Rubén y, cuando éste se quedaba solo, como al parecer sucedía dos o tres veces por año, don Miguel era el llamado a llenar el espacio vacío que dejaba la mujer de don Rubén. Don Miguel ejercía un rol activo y de vez en cuando acompañaba a don Rubén al Cine Duque de Alba, aunque la verdad, que yo recuerde, jamás me lo había tropezado. Don Rubén dejaba el sofá de la sala con almohadas y colchas por si llegaba de improviso su mujer, pero en verdad los dos vejetes follaban como cerdos en la cama matrimonial, siendo don Rubén hembra en cuerpo y alma. Don Miguel vino acompañado de un tío
moreno, con un cuerpazo esculpido de gym. Era un dominicano o un cubano, cabeza
rapada, barba cerrada, muy cachas y casi no decía nada. Nos instalamos en la
sala a tomar unas cubatas y romper el hielo. Don Miguel y el dominicano, que se
llamaba Rafa, estaban sentados juntos, frente a nosotros, magreándose
descaradamente; como podéis suponer, yo estaba sentado junto a don Rubén, quien
me daba besos maricones en los mofletes, una mano sobaba mi espalda y de
vez en cuando se quedaba viendo al dúo frente a nosotros. Yo estaba muy
nervioso, era la primera vez que estaba en casa de un desconocido, con dos tíos
que jamás había visto antes en plan de follar, mamar o lo que saliese. Estuve a
punto de decirle a don Rubén que me marchaba, cuando justo en ese momento, don
Miguel sacó del pantalón de Rafa una extraordinaria polla, grande, larga,
cabezona, con ramificaciones de venas por todas partes. Una polla que, si bien
no puedo tildar de monstruosa, era descomunal y era sorprendente ver
como don Miguel luchaba contra sí mismo para tragarse cada centímetro de esa
enorme polla.
Mi miedo paso a
convertirse en curiosidad. Mi gula en lujuria. Si alguna vez mi culo comenzó a lubricar fue ese día.
¿Sabías que iba a venir alguien más cuando te invitó a su casa o te lo dijo una vez allí?.
ResponderEliminarSuena un tanto extraño llamarlos Don a ambos.
Yo sólo llamé Don a mis profesores de EGB ;-)
Gracias Perro por escribir. No lo dije en la narración, pero sí, de hecho Don Rubén me lo había dicho en plan "van unos amigos, nos tocamos un poco y ahí vemos qué pasa". Yo sabía a lo que íbamos, lo que no sabía era la fortuna que me acompañaba.
ResponderEliminarY les coloqué el "Don" precisamente porque tenían un aura de autoridad que parecían sacerdotes... je ej eje je ej ej
Abrazos
Ey, Andrew,
ResponderEliminarNos dejas ahí con toda la intriga.
Seguro que te lo pasaste muy bien ese día.
Un abrazo,
Hotdardo 🎯
¡Gracias Hotdardo!
EliminarMe la pasé genial. Ya leerás
Abrazos
Que interesante, seguro que termina genial
ResponderEliminarGracias Dominus! Ya viene el desenlace. ¡Gracias por escribir!
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