lunes, 15 de abril de 2013

MALDITA EDUCACIÓN HETEROSEXUAL




_La primera vez que me comí una polla, yo tenía 69 años.

Me dijo el viejo Martín mientras yo me cerraba la bragueta. Estabamos en la oscuridad del Duque de Alba. Me había hecho una mamada memorable, de esas que sólo la saben hacer los abuelos que vienen al cine.

Yo tenía una zapatería por la calle La Palma, cerca del metro Tribunal. Era una zapatería pequeña y la crisis no había llegado todavía. Dejé en esa zapatería los mejores años de mi vida, pero no me arrepiento, gracias a ella alimenté y eduqué a mis tres hijos, mantuve a mi mujer y hasta le compre casa a dos de mis hijos. Ahora no se puede hacer nada de eso, la cosa está muy mala.

Yo de vez en cuando lo miraba. Era un señor entrado en años, completamente calvo aunque por los lados aún tenía algo de cabello.


Cuando me faltaba un año para jubilarme y vender la zapatería, decidí trabajar como nunca antes. Me quería retirar pero también necesitaba generar más dinero, ya había comenzado la crisis y ya se notaba que en la zapatería no me iba a ir bien. Durante años había tenido a tres dependientas pero en el último
año tuve que despedir a dos, la cosa estaba muy mala: que si los impuestos, que si las ventas que no se daban, tú sábes como son esas cosas.

Yo tan sólo tenía ganas de dormir un rato. A mi lado, un caballero de unos cincuenta años que había visto todo el espectáculo de la fabulosa mamada que me había hecho Martín, yacía dormido.

Las chicas eran muy buenas, pero no podía mantenerlas a todas, me quedé con una chica ecuatoriana que era la más trabajadora de las tres: llegaba temprano, limpiaba los aseos, atendía a la clientela, atendía la caja ¡nunca perdió un euro!, y cuando las cosas se comenzaron a poner malas, salía a la calle a repartir flyers mientras yo me quedaba en la tienda. ¡Un verdadero amor! Pero era muy pequeñita y débil a nivel físico
 y yo necesitaba a alguien que me ayudara a hacer inventario, a mover las cajas que me iban dejando los proveedores, en fín, alguien que me ayudará con tareas físicas más fuertes. Se lo comenté a la chica ecuatoriana -ya no me acuerdo de su nombre-, entonces ella me sugirió a un amigo suyo que iba a la misma iglesia evangélica que ella. Era un chico nigeriano. Era un prieto de casi dos metros de altura, musculoso. Ancho de espalda y con bíceps muy pronunciados. Hablaba el suficiente español para darse entender,
así que lo contraté. Hice algo que nunca había hecho antes...

- Martín bajó más aún el tono de voz -,  le pagaba en negro.

Tan sólo necesitaba que estuviera en la tienda a la hora de cerrar, así me ayudaría a poner en orden el desastre del día y mantener las cosas ordenadas.

Todo iba muy bien, el nigeriano, ha quien "bautisé" como José, pues su nombre me parecía impronunciable, llegaba puntual todos los días a quince menos veinte. Por lo general ya no habían clientes a esa hora debido a la crisis pero José ayudaba a ordenar y siempre cerrabamos las puertas y nos íbamos al depósito a trabajar. Yo tan sólo le decía dónde y como quería que me ordenara las cajas. Era una rutina que siempre hacíamos, en verdad era un buen muchacho, aunque nunca supe sino que era nigeriano y que quería regresar a su país porque la cosa estaba mala en España.

Yo hacía como quien oía, pero la verdad la película estaba más interesante. Era la típica película porno de detectives que terminan follandose a todas las actrices femeninas del elenco, aunque había una escena de lesbianas que estaba muy bien trabajadas. Las actrices habían hecho un excelente trabajo, se notaba que disfrutaban ser bolleras.


Una noche, cuando ya estabamos apunto de cerrar e irnos, José va al baño, como veía que estaba tardando mucho decido ir a buscarlo, la única luz en todo el recinto era la del baño, estaba meando con la puerta abierta.
Al acercarme José sintió mis pasos y volteandose con una sonrisa en los labios me dice que ya va a terminar. ¡Cual sería mi sorpresa! ¡Tenía el miembro afuera, macho! ¡joder! ¡qué verga más grande e inmensa! ¡jamás había visto una cosa semejante! De hecho, la última vez que ví a un tío desnudo fue cuando yo era un crío y mis padres me habían mandado a un internado en el País Vasco.
¡Qué tamaño! José me dijo en su terrible español: "¿te gusta?, ¿quieres tocar?". ¡Yo jamás había tocado otro pene que no fuera el mío. ¡y tampoco quería tocar otro! ¡pero, este era tan grande! ¡No lo podía creer, macho! ¡Te lo juro por mi madre! Ante ese ofrecimiento no tuve más que aceptar. No le dije nada, macho. Tan sólo me acerqué y me senté en el retrete. ¡No podía quitar los ojos de semejante herramienta! Comencé a acariciar su pene. ¡Qué maravilla, macho! ¡Sentía como ese inmenso trozo de carne estaba respirando y tenía vida!
¡Era inmenso y aún seguía creciendo! ¡Necesita seguir allí, acariciendo su polla! La punta de su pene era grande, redonda y rosada. Se bajó los pantalones y pude ver las maravillosas piernas que tenía. Por puro instinto comencé a acariciar sus huevos. José respiró profundo y allí alcé la mirada por primera vez desde que tenía esa enorme polla en mis manos. José estaba mirando hacía el techo, extasiado de placer. Yo tenía cerca de diez años que no tenía sexo con mi mujer y por culpa de mi hipertención había olvidado lo que era una erección. Me asaltaron todas las dudas macho: ¿es que yo siempre había sido marica y nunca lo había sabido hasta ese momento? Seguí acariciendo ese tronco que estaba hirviendo, ¡no paraba de crecer! Entonces, con su castellano balbuceante José me dijo "¡Chupa! ¡Chupa!". ¿Cómo me iba a meter esa monstruisidad de polla en mi boca? ¡Pero, tenía que probarlo! ¡Había llegado muy lejos y tenía la necesidad de conocer el sabor de una polla! En toda mi vida tan sólo había probado el sabor de dos coños: el de mi esposa y el de una puta que se me atravezó en Bilbao, pero eso fue pura casualidad. En esta ocasión tendría la oportunidad de meterme a la boca esta gloriosa polla.
Cerré los ojos, respiré profundo y llevé a mi boca la punta del pene. ¡Respiraba! ¡Estaba caliente e hirviente!
¡Traté de tragarla toda! ¡José jadeaba y yo no sabía si tenía que hacerlo más lento o más rápido! ¡Cómo había perdido 69 años de mi vida sin probar las mieles dulces, frescas y maravillosas de una polla! ¿Qué coño pasó, que jamás me atreví a saborear antes una verga semejante?
¡Maldita Educación Heterosexual!
José comenzó a darme ordenes: "despacio..., más suave..., más rápido..., ¡para!..., despacio..., así, macho..., ¡rico!...". !Yo estaba encantado! De vez en cuando sacaba la boca de mi polla y la contemplaba ¡Hasta donde crecerá! me preguntaba yo. Era demasiado enorme y sentía que en cualquier momento iba a explotar.
Entonces José me preguntó: "¿Dónde quieres que yo correrme? ¿cara, boca, suelo?" "Échamelo en la cara", le dije y yo estaba sorprendido de semejante barbaridad! Pero quería ver como sería eso. José entonces respiró profundo y trató de quitarme el control que yo tenía sobre su polla "¡No!", le dije, "correte mientras te hago una pajilla". Esbozó una sonrisa de plena satisfacción y acuerdo.

Ví como su miembro se hacía cada vez más grande. Sus bolas se convirtieron de pronto en dos granos pequeños y de pronto, ví salir un chorro un inmenso y caliente de semen que se depositó en mi ojo izquierdo. ¡Dios, que hermoso espectáculo! ¡en mi vida había visto cosa semejante!
¡Y despues vino uno, y otro..., y otro lefazo! ¡Dios, cuanta leche! Después de que eyaculara miles de litros de su leche caliente, blanca casi verdosa y con un fuerte olor a amoniaco, le chupé un poco la cabeza del pene pero lo apartó con brusquedad. Estaba exaustó y se tumbó en el suelo. ¡Yo había hecho que esa mole de casi dos metros quedara sin fuerzas y a la deriva! Comprendí entonces el poder tan grande que es hacerle un pajazo o una mamada a alguien.

El cine se estaba comenzando a llenar nuevamente, había movimiento y algunos abueletes comenzaron a subir y a bajar en busca de una polla caliente y dulce.

Nos fuímos en silencio, cada quien a su casa.

Yo estaba muy conmocionado, por supuesto que no se lo diría a mi mujer ni a nadie. ¡Pero qué placer! ¡Me había perdido de un mundo maravilloso!

Al día siguiente, a la hora de cerrar, José llegó como de costumbre. Hicimos toda la rutina como si nada hubiera pasado. Cuando ya habíamos acabado se despide "¡Hasta mañana!" y yo le digo "¿A donde crees que vas? ¿No piensas mear antes de irte?" Sonrió. Desde entonces todo los días durante nueve meses, José se bajaba gentilmente la bragueta y me permitió saborar las mieles de su polla. A veces me gustaba que se corriera en mi cara. Otras veces en el piso. Con José me tragué mi primer litro de semen.
Aprendía a realizar pajas de todo tipo: rápido, lento, con los dientes, sin dientes. Me convertí en un experto del sexo oral para machos.

_¿Nunca te folló?, pregunté.

¡Jamás! ¡Aquí donde me ves ni un dedo de médico me he metido en el culo.

Lo cierto es que llegó el día en que iba a cerrar el negoció. Me despedí de José. Ambos lloramos. Pero la última noche nos quedamos hasta las dos de la mañana. Yo le dije a mi mujer que estaba dando los toques finales al negocio para cederlo al nuevo comprador. Un chino que lo que queria era montar un abasto de frutos secos. Esa noche le hice tres pajas a José ¡Tres! ¡Cómo nunca antes disfruté de su polla!
Después no volví a saber nada de él y yo vagaba solo por las calles. Daba paseos por la tarde solo o con mi mujer por Marques de Vadillo o por Pirámides y yo solo pensaba en la polla de José. Una mañana suena el teléfono y escucho una voz que hablaba fatal el español:
"¡Martín! ¡soy José! ¿nos tomamos un café?", me citó en el bar Tirso de Molina en el lugar donde está la plaza. Nos tomamos unas cañas, me habló de que iba a volver a Nigeria. Que la cosa no estaba bien en España. Que haya por lo menos tenía casa, una mujer y seis hijos que atender. En un momento de intimidad en el bar le dije que yo extrañaba las noches de cada día.
Me dijo, "¡Pues vamos! ¡Tú mamar bien!" "¿A dónde?", pregunté temerezo de que alguien nos haya oido. "Ven", pagamos y caminamos por la Calle Duque de Alba y entramos por un pasillo muy largo. Al principio no tenía idea de a donde conducía el pasillo y luego vi que era la entrada de algo. Un cine.
José pagó las entradas. Pasamos. Adentro habían unos seis hombres mayores, como yo. Subimos las escaleras y nos sentamos al fondo. ¡En la pantalla había una pelicula porno! ¡Era un cine X! En los ochenta había oído hablar de ellos pero no sabía que aún existían.

José me dijo "Puedes venir aquí cuando te sientas solo. Ahora, chupa". Se había bajado los pantalones. Tendría de nuevo para mí esa gloriosa polla.

Lo masturbé con lentitud y calma. Saboreando cada gota de su semen. Disfrutando de cada sensación y movimiento. José me acariciaba la espalda con suavidad y ternura.

Había pasado un buen rato. El cine estaba comenzando ha hacer embullición de nuevo.

_¿Me lo mamas de nuevo? - Le pregunté a Martín.

¡Claro! -me dijo.

Y se sumergió en las profundidades del Duque de Alba a proteger y acicalar mi polla.


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